Mateo parecía también molesto por el sonido insistente del teléfono.
A la luz de la pantalla, pude ver cómo lo miraba, con una expresión llena de impaciencia y agresividad.
Apreté los labios y le dije en voz baja:
—No te enfades. Tal vez sea Alan con algo del trabajo. Contéstale primero.
Hice una pausa y, sin poder contenerme, añadí:
—Si no es nada importante... seguimos.
Esa última frase, claramente, lo complació.
Mateo se relajó un poco.
—La próxima vez, apago el teléfono —dijo.
Entonces se inclinó, y con un largo brazo tomó el móvil de la mesita de noche.
En un destello, me pareció ver el nombre de Camila en la pantalla.
¿Así que era ella la que llamaba?
Mateo miró el número, y volvió a parecer molesto.
Pero no contestó. Simplemente colgó la llamada y tiró el teléfono a un lado.
Lo miré, sorprendida.
¿De verdad no contestó la llamada de Camila?
Una dulzura cálida me inundó el pecho.
Fuera solo por deseo o por otra razón, en este momento, él me había elegido a mí por sobre esa mujer.