El tiempo estaba justo, así que comí rápido.
Mateo me miró y dijo:
—No hay prisa, come despacio.
Tomé un sorbo de leche y contesté:
—¿No era a las seis el vuelo? Me preocupa que no lleguemos a tiempo.
—Si llegas tarde, tomas el siguiente vuelo.
Lo dijo tan indiferente que me molestó.
Me tragué el sándwich y pregunté:
—¿No era urgente? Si no, no habrías comprado un vuelo tan temprano, ¿no?
Mateo me miró un rato sin decir nada y luego dijo:
—Comes tanto y no te sale nada de panza.
Me quedé callada.
—Trabajo mucho, todo lo que como se va rápido, no es para tanto —respondí molesta.
Mateo sonrió con desprecio y puso su mirada en mi pecho:
—Es verdad, estos días te he cansado bastante.
—¡Mateo...!
Lo miré con enojo, sin ganas de hablar más.
Aunque parece serio, solo piensa en esas cosas...
Y ahora, en este viaje, seguro está ocupado con algo importante.
En unos minutos, mientras desayunábamos, llegaron dos llamadas para él.
Terminé rápido el sándwich, tomé un pedazo de pan y le dije:
—Vamos.