—¡No, de ninguna forma! —refuté rápidamente. —¿Cómo puedes siquiera creer que tendría algo con él? ¡Por supuesto que no!
Mateo se rio suavemente. Era una risa de que no me creía ni una palabra.
Estaba arrepentidísima. Si hubiera sabido que eso es lo que se iba a imaginar, no lo hubiera dejado contestar y ya.
Y, como si el destino se estuviera riendo de mí, el celular volvió a sonar. Era Alan, otra vez.
Mateo levantó una ceja, y me miró de reojo.
En ese momento, me quedé muda. Solo señalé el celular como diciéndole que vaya y conteste.
Mateo suspiró y respondió el teléfono, activando el altavoz.
—¡Madre santa! — fue lo primero que se escuchó. —Dos llamadas para que por fin contestes. ¿Estás en mitad de algo o qué?
Mateo me miró por un segundo ante de responder con un tono indiferente:
—Si tienes algo que decir, dilo rápido.
Alan se rio:
—No seas tan seco, compa. No soy Aurora, a mí no me trates feo.
El comentario me hizo sentir incómoda, y comencé a rascarme la nariz.
Por sup