En cuanto entré a la habitación, vi a mi papá acostado en la cama, todo golpeado, maltrecho y lleno de moretones.
Mi cara cambió al instante y, furiosa, pregunté:
—¿Qué demonios te ocurrió papá? ¿Quién te hizo semejante canallada?
Mi mamá seguía llorando, incapaz de responderme.
No me quedó de otra que preguntarle a mi papá directamente:
—¿Qué te sucedió? Dímelo por favor.
Él solo gemía de dolor, pero tampoco decía nada.
Ya desesperada, le grité:
—¡Habla por favor! ¿Quién te hizo esto? ¿Fueron viejos enemigos tuyos?
Al verme con los ojos enrojecidos por la rabia, mi mamá, entre sollozos, por fin balbuceó:
—La verdad... todo esto es culpa de tu papá. No puede dejar de apostar.
—¿Cómo? —La incredulidad me invadió mientras volteaba a verlo. — ¿Te pusiste a apostar de nuevo? Siempre has dicho que eso arruina a la gente, que deja a las familias en la ruina. ¡¿Cómo es posible que tú hayas vuelto a caer en eso?!
—Quería ganar algo de dinero, para que todo sea como antes—dijo mi papá, c