Javier se quedó mirándome un momento antes de decir, serio:
—Lo haría, te aseguro que me duele verte así.
—Eso es —respondí con una sonrisa—. Mateo me quiere más que tú; si a ti ya te da pena, él naturalmente va a sentir más.
La sonrisa de Javier se volvió rígida.
Suspiré por dentro.
Aunque me repetía a mí misma que no podía hacer enojar a este hombre si quería recuperar mi teléfono, a veces no podía controlar mi temperamento ni mis palabras.
Por suerte, Javier no se enfureció ni perdió el control; solo se le escapó la risa un momento.
—Entonces, de verdad quiero ver cómo Mateo te ama más que yo.
Con esas palabras, salió del auto.
Me miré en el espejo, moví un poco el cabello para tapar la venda, pero me di cuenta de que no servía de mucho.
Suspiré, agarré mi bolso y me bajé.
Cuando llegamos a la sala privada, ya había varias personas ahí, todas conocidas.
Jeison estaba sentado en el centro de la mesa.
La luz en el cuarto no era muy fuerte y la iluminación tenue que caía sobre él hacía