La sala parecía quedarse en silencio, como si el tiempo se hubiera detenido.
Mi padre me abrazaba fuerte, temblando igual que yo, como si tuviera miedo de soltarme y descubrir que todo era un sueño.
—Mi pequeña… mi princesa… —susurraba una y otra vez, con la voz rota, mientras sus manos temblorosas acariciaban mi cabello.
Yo lloraba como no había llorado en años, desahogando en ese abrazo todos los miedos, todas las noches solas, todas las veces que soñé con este momento y creí que jamás llegaría.
Sentí unos pequeños brazos rodear mis piernas. Al mirar hacia abajo, ahí estaba ella: Naychel, abrazándome también, con los ojitos brillantes por las lágrimas.
—Nahya... —dijo, con su vocecita dulce— ya no estás sola. —Me quedé mirándola, las lágrimas empañando mi visión. — Estamos nosotros ahora. Papá, mamá Sofía… y yo. —
Su sonrisa era tan pura, tan llena de amor, que me derrumbó aún más. —Mi sueño… —continuó, emocionada—. Mi sueño siempre fue conocerte, tener a mi hermana mayor conmi