André observaba las estrellas con atención, como si estas pudieran darle la solución a todos sus problemas, dejando que la brisa moviera su cabello a su antojo, de la misma forma en que su padre lo trataba en la vida: como una simple marioneta.
Aún se encontraban en la mansión Petit, pues después del berrinche de Ariane y su huida épica, Albert había insistido en que de igual forma se quedaran a cenar, pues de todas maberas aquella comida había sido especialmente preparada para ellos.
Y aunque quiso negarse y largarse cuanto antes para no seguir en aquella farsa, su padre como siempre no le dió chance de hacer lo que quería y lo obligó a quedarse.
Pero a pesar de su gran esfuerzo, no había podido soportar por más tiempo aquel aire cargado de hipocresía que lo estaba asfixiando de a poco y al final apenas terminó lo que estaba en su plato, casi corrió despavorido a los jardines, buscando un poco de tranquilidad.
Movió el líquido que aún reposaba en el vaso y lo bebió de un solo trago,