Capítulo 2 - ¿Engaño?

Dichas situaciones eran las que me hacían continuar o por lo menos dar la pelea en mi matrimonio, entenderlo y ayudarlo a superar su situación. Quedó sentado, miró el reloj de la mesa de noche, eran las siete de la mañana, vivíamos a media hora del club. En varias ocasiones se nos había presentado una situación como esta y hacemos todo juntos, eso me hace sentir lo compatibles que podíamos ser. «Si eres tonta».

—¡La puntualidad!, me confié, vaya cinco minutos más.

Sonreí de su propio regaño, como si fuera sincronizado, mientras yo le saco la ropa, un gesto al cual lo tenía acostumbrado y a él le gustaba, que le recomendara el cómo se iba a vestir. Corrí de un lado al otro por la habitación, le dejé encima de la isla que tenemos en el vestidor, en el mismo lugar de siempre.

Mientras él se vestía, yo me bañaba en tiempo récord, desde que nacieron mis hijos obtuve esa gran destreza. César era demorado para secarse los pies, tenía un ritual de casi cinco minutos, el cual me había parecido una pérdida de tiempo, sin embargo, para él era su momento de relax, se sentó en el mueble.

Mientras él secaba con el aire al mover los pies, yo me vestía enfrente, por más que le desfilaba con ropa interior de encajes y seda, era como si fuera su hermana quien se vistiera en sus narices. Cuando me vestí, puso el cojín que tenía en sus piernas a un lado para ayudarme.

Entre los dos siempre arreglamos la cama, él arregla su lado y yo el mío. Nos mirábamos en el espejo grande que tenemos en el baño, ya me había recogido el cabello en una cola de caballo, maquillado un poco mientras él se lavaba los dientes.

Aproveché el momento, saqué el regalo de aniversario, era un reloj deportivo, podía usarlo para hoy, muy seguro juegue con sus amigos; Alejandro Orjuela y compañía se encontrarán en el desayuno, al igual que mis amigas. El regalo seguía en su envoltura, unió sus cejas cuando le pasé el detalle.

—¿Y esto? —suspiré.

—Nueve años de matrimonio, feliz aniversario un día después.

Vi algo de pena en su expresión, no le concedí el placer de explicarme su olvido, menos ahora cuando pasó con alguna mujer bailando o coqueteando, porque no creo que haya pasado eso, confió en que no. «Sigue creyendo».

Carmen ya tenía el café listo, me lo tomé a las carreras y lo esperé en el auto. César llegó sin decir una sola palabra, sin embargo, portaba el reloj, al menos se lo puso. Debía ser fuerte, la mujer de ahora no era ni sombra de quien fui antes de casarme. Condujo lo más rápido que pudo. Llamé a Patricia.

—Hola, hermanita. —sonreí, ya era una experta mintiendo.

—¡¿Cómo le fue a mi pareja favorita?! —No tenía más remedio que continuar con la farsa.

—Como siempre, una increíble noche. —César apretó el volante—. Te llamaba para que no me traigas a los niños, nosotros pasaremos por ellos. Vamos a pasar el fin de semana en la finca de mis suegros.

¡No arreglé la maleta!, miércoles, espero no se enoje por tener que regresar después del desayuno.

—La celebración continúa. ¿Qué te regaló?

—Cuando pase a recoger a los niños te muestro mi regalo.

Hace unos días me había comprado un par de aretes de zafiro con oro blanco, «menos mal te anticipaste».  Me los había puesto hoy porque conozco a mi hermana.

» Nos vemos, antes del mediodía, un beso. Saludos de César.

Él nunca le mandaba saludos, pero ante la familia era el ser más especial de la faz de la tierra.

—Gracias, prometo regalarte algo, perdona mi olvido.

—No hace falta, pero si te preguntan di que fueron unos aretes. —No lo miré, no obstante, él sí lo hizo—. Son los que tengo puestos. —comenté, llegamos al club justo a tiempo.

Nos bajamos, observamos a Alejandro con Sandra, ellos llevaban cinco años de matrimonio, tenían un hijo de tres años, nos saludamos e ingresamos al club juntos. Nuestra mesa ya estaba reservada.

Nos esperaba mi gran amiga Fernanda y Carlos Maldonado, amigos nuestros, siempre pasábamos las tres parejas juntos. Aunque faltaba un par de amigos más. También me sorprendió ver en la mesa a Rocío Cabrales, la ex de César, ella por un tiempo estuvo muy cerca de nosotros, ¿Qué hace aquí?

Mi corazón unió una variedad de hilos sueltos. Yo siempre he sospechado que él seguía enamorado de ella, supuestamente era su novia cuando todo pasó. También era cierto, a ella nunca la he visto con algún novio en las reuniones en donde nos encontrábamos. No era santo de devoción de Fernanda.  

Sigue sin casarse, ante todos los compañeros de la universidad yo me interpuse en su noviazgo cuando fue al revés, el problema fue que nosotros éramos novios a escondidas por la amistad de nuestras familias. «Por fin empiezas a pensar», todo encajó, fue tan claro en ese instante.

La mirada de Fernanda fue de pesar y se disculpaba por la presencia de Rocío, eso me lo confirmó. La reacción de Rocío también fue una confirmación, no le gustó que llegara con mi esposo. ¡Qué imbécil he sido! Yo justificando que él tenía un problema de disfunción eréctil cuando la razón siempre ha sido otra. Cálmate, cálmate, cálmate. «Tú eres la esposa».

En la mesa continúa reconocí a un hombre… fue el sacerdote que había realizado nuestra boda, le sonreí cuando nuestras miradas se cruzaron, incliné un poco mi cabeza y él muy gentil contestó.

Nos trajeron el desayuno, Rocío se veía muy sería, para ser sincera la reunión de amigos se tornó algo tensa. Era evidente que todos sabían o por lo menos la mayoría me vieron como la pobre esposa cornuda.

La vi escribir en su celular y escuché cuando el celular de César sonó, él no lo miró, se tensionó, ¡esto era lo último! Vi al sacerdote caminar hacia el balcón con un café en su mano, debía hablar con él. Tenía que hablar con alguien, ¿qué le diré?

El saludo eufórico de una mujer nos sacó del incómodo desayuno. Al mirar era Blanca Varela, nuestra loca compañera de la universidad. A los chicos los saludó como si los hubiera visto hace unas horas.

—¡Qué alegría verlos de nuevo amigos!

Sonreímos, ella no había cambiado, seguía siendo la misma a pesar de que había pasado nueve años desde que nos graduamos. Lo último que supe fue de su matrimonio con un millonario dueño de una cadena de hoteles en Grecia.

—Blanca, qué alegría verte. ¿Dónde te has metido? Te fuiste sin dejar rastro, nos olvidaste. —dijo Fernanda—. Te presentó a Sandra Saen, es la esposa de Alejandro.

—Mucho gusto. —Se saludaron—. Hola, Rocío me alegra, verte de nuevo, ¿enojada con César? Veo que están separados y él como siempre al lado de su amiga. —Me miró y extendió sus brazos—. ¡Maju! ¿Dónde se encuentra David?

Escuchar su nombre hizo que mi estómago se comprimiera, César empuñó las manos, crucé una mirada con Fernanda, ellos sabían una loca mentira que tampoco había desmentido y… En el tiempo en que Blanca rumbeaba con nosotros yo le intenté darle celos a Cesar con David. Seguíamos mirándonos, sé por qué lo preguntaba, la última vez… cometí una estupidez.

—Mi esposo es César.

Casi se le salen los ojos a Blanca, Rocío se levantó. Y Alejandro intervino antes de que metiera más la pata.

—¿Trajiste los tiquetes? —Ella sonrió, sacó los tiquetes de su bolso.

—Aquí los tengo, pero el lunes se los entrego, cometí un error.

Miró a César, me hice la que no se dio cuenta. Era evidente, yo no iba a ir a ese viaje, o sea que… ¿¡Todos los presentes sabían de la desfachatez de César con Rocío!? «Respira, respira, tranquila María Joaquina».

—¿Tiquetes para qué?

Necesitaba saber, no me iba a dejar, todo menos ya sabía todo y no me iba a dejar. Blanca los guardó con su típico aire de superioridad.

—Sus esposos pagaron por dos semanas en el plan de pareja para que disfruten de unas increíbles vacaciones en Grecia en tres de los hoteles de mi esposo en ciudades diferentes.

El mundo se me vino abajo, cerré los ojos por un momento, la piel se me erizó por completo, mi ritmo cardíaco aumentó. Al abrirlos vi que Sandra y Fernanda besaban a sus respectivos esposos, mientras yo confirmé todo. Con una daga en mi corazón supe lo que habría pasado si no hubiera llegado a dicho desayuno. Me acerqué al oído de César.

—Sé que no era para mí…

—Era una sorpresa, tómalo como tu regalo de aniversario.

El alma se me quebró, mis ojos se humedecieron, «compórtate». Ahora era mi conciencia la que me daba ánimos. Lo miré, lo había dicho en voz alta, Rocío había llegado en ese mismo instante. Era evidente que ella estaba igual de sorprendida, ellos eran los que se iban a ir de viaje.

Una vez escuché a mi madre decir; la esposa debe ser siempre la mujer digna, la que debe mantener su puesto, la otra siempre será la amante, yo fui al altar, yo hice los votos hasta la muerte, yo era la madre de sus hijos. Pero… que triste saber que todo era falso, él se contenía, tenía rabia.

—No…

—En la casa María Joaquina.

Comentó tajante, Rocío siguió caminando, decidió irse, no se sentó otra vez, ya no me quedaba la más mínima duda, Fernanda me miraba pidiéndome perdón, mientras Sandra seguía feliz besando a Alejandro.

Quise pagar esconderos a peso, yo no era la mujer que él iba a llevar a ese viaje. «Eso es evidente», y todos mis amigos lo sabían. «No lo dudes, aunque Sandra se ve inocente». Seguí con tu papel de estúpida, pero ya no aguantaba más, quería salir corriendo, sentía mucho calor, debía estar sonrojada, tomé el vaso con agua de la mesa, lo bebí completo, mis ojos se humedecieron, entonces vi al sacerdote que nos casó en uno de los balcones del restaurante. Necesitaba hablar con alguien.

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