Esperaba sus comentarios, suspiré.
—¿Quieres dejarla ir sola?, por lo menos yo quiero vigilarla de lejos. —respondí.
—Mi mujer caminando en esos zapatos, mostrando esas largas y perfectas piernas. —Carlos negó—. Así me toque soltarle la tarjeta de crédito al día siguiente para obtener su perdón, lo prefiero que imaginarme los zorros mirándola y acechándola.
—Yo voy a quedar arruinado con mi mujer. Pero… que me desfalque la otra tarjeta.
—Ni yo permitiré que otro mire el cuerpazo de la mía. Los espero a la misma hora, cazaremos a nuestras esposas.
—Que mi mujer no se convierta en Chuky. —sonreímos ante el comentario de Carlos.
—¡Dios te escuché!, porque Fernanda es muy capaz de darnos garrote a los cuatro, incluido a don Amín. —Alejo acertó.
Apenas salí de la oficina, fui directo a la dirección suministrada por Carlos, nunca me opondría al trabajo de ella, pero le dejaré en claro a su socio que no se atreva a mirar a María Joaquina o le vuelvo a partir la cara. Llegué al edificio.
—¿Pa