Lo que comenzó siendo un sueño deseado se me ha vuelto una carga pesada, una pérdida de tiempo. La alegría de las personas que nos felicitan, entre risas y bromas, me aturde. Lo sucedido me ha enturbiado el juicio. Me cuesta sonreír y hasta sentir. Cuando el Kahuna recita el cántico ritual y da comienzo a la ceremonia, apenas le escucho. Mi espíritu se ha ido de paseo, vuela sin rumbo fijo a través de una dimensión astral.
Aunque no se concibe una boda hawaiana sin una playa de fondo, los invitados, que son los propios guardias y sirvientes de la casa; me consuelan diciendo que todos los riachuelos van a los ríos, y los ríos, al mar. ¡Si supieran lo poco que me importa! Ahora mismo solo soy una cáscara de piel sosteniendo un revoltijo de huesos y articulaciones.
Lo peor es que el enlace, como parte de la tradición, durará desde el anochecer hasta la salida del sol del día siguiente y no hay manera de modificarlo.
Ahmed ni se ha perdido un pequeño detalle. Está de pie, junto a mí, en