Sus labios articulan involuntariamente mi nombre con un dejo cálido que me acelera los latidos. Es un susurro, algo tan volátil que casi me lo he imaginado; pero ES. Abro los ojos como dos platos y clavo en él una mirada de incertidumbre.
Allí, sentado junto a la cama, no parece tan hosco e intimidante como cuando me toca alzarme en puntitas de pies para asomarme a sus hombros. ¡Perdón! ¿He dicho la cama? ¿De qué manera he llegado a este mullido y confortable colchón de esponja y a esta almohada de plumas que acaricia mi espalda? Giro la mirada alrededor y la detengo en pinturas valiosas, regios adornos y cortinas de color oscuro con un tono sombrío y puramente masculino. Me parecerá una pena moverme y regresar con Basima, pero estoy consciente de que este no es mi sitio.
Él me ha llevado a su habitación. ¡A mí, una simple esclava que porta los genes de sus más odiados enemigos! El corazón se me corroe dentro. Siento que me voy a enamorar de este pedazo de hombre con sentimientos; y