— Hola Bárbara. — dijo la voz sensual de Arturo al teléfono y la chica sonrió para sí misma. Le gustaba escuchar esa voz que siempre la hizo sentir segura.
— Hola. — Respondió mientras revolvía su escritorio buscando algo— ¿en qué andas?
— Ando en busca de compañía para almorzar ¿interesada?
— Sí, me gustaría.
— Un auto pasará por ti y te traerá.
— No hace falta, puedo ir en el mío.
— Si queremos tomar un par de copas, prefiero que no tengas que conducir.
— ¿Planeas embriagarme por algún motivo especial?
— No, ninguna razón en especial. Sólo la misma de siempre.
Bárbara se rio de la ocurrencia y escuchó al otro lado de la línea la risa profunda de él.
Acordaron verse pasado el mediodía y continuó trabajando. Fue cuando llegó Moisés y la chica sintió que se le acababan las razones para sonreír.
— ¿Qué quieres Moisés? ¿No te bastó con lo de ayer? Yo que tú, me cuidaría de que me vieran entrar aquí. Podrían lapidarte las damas de la Inquisición.
— Sólo vine a decirte que tienes razón, q