Ellos.

Era un día más en la preparatoria, pero para ella, todo parecía demasiado rutinario, aunque Gema sentía un pequeño susto en su pecho, como si algo pasara hoy.

—Mamá, papá, los amo demasiado —dijo durante el desayuno.

—También te amamos, amor —respondieron sus padres a una sola voz.

Después de un desayuno ameno, ella y Lía se dirigieron a la escuela, como siempre. El padre de ambas las dejó en la entrada con un breve gesto de despedida antes de seguir hacia el gran salón, donde tendría una reunión importante.

—Adiós, mis niñas, nos vemos en casa, las amo. Ellas se despidieron para ir a comenzar su día.

Las chicas no prestaron atención al alboroto que reinaba en el lugar. Al parecer, todos los estudiantes hablaban sobre la llegada de un grupo de alfas y betas, todos ellos increíblemente atractivos, pero Gema no se sintió impresionada. Para ella, todo eso era solo un tema pasajero, como cualquier rumor que solía escucharse en los pasillos.

El mundo de los lobos nunca le había importado. Aunque la mayoría de los estudiantes pertenecían a manadas poderosas o eran descendientes de ellas, ella era humana, una simple observadora que solo deseaba terminar el día sin complicaciones. Ella trataba de pasar desapercibida.

Se dirigió hacia su asiento en la última fila del salón, absorta en sus pensamientos, sin que nadie pareciera notar su desconcierto. Su cuerpo temblaba, se sentía ansiosa; ese presentimiento estaba presente otra vez.

Las clases transcurrieron con normalidad. Los profesores explicaban, los compañeros murmuraban y ella se mantenía apartada, como de costumbre. No podía evitar sentir que estaba atrapada en un mundo que no la comprendía, en el que, por más que lo intentara, nunca encajaría. La hora del almuerzo llegó rápidamente, y como siempre, fue al comedor a reunirse con sus amigos.

Al entrar, un bullicio ensordecedor la rodeó. Conversaciones llenas de emoción sobre los nuevos alfas, las manadas que llegaban y los rumores de los "mates" se apoderaron del aire.

—¿Serán todos tan atractivos? —preguntó Alana con una sonrisa traviesa. Todos compartieron una risa nerviosa. Gema, sin embargo, solo se limitó a observar en silencio, sintiéndose como una espectadora más.

Durante la charla, Lía bromeó diciendo que tal vez Gema encontraría a su mate, pero ella solo se rió, dejando claro que no creía en esas cosas. ¿Cómo podría? Era humana. Los "mates", como los llamaban, solo existían entre los lobos, y ella no tenía nada que ver con ese mundo.

—No, chicos, no soy una loba —respondió con tono sarcástico, mientras tomaba un bocado de su comida.

La conversación siguió, pero en su interior, una sensación incómoda volvía a formarse. Los comentarios sobre los Alfas y sus Betas la hacían sentirse cada vez más alejada de sus amigos, quienes parecían vivir en un mundo completamente distinto al suyo. Ella solo podía imaginar lo que sería pertenecer a una manada, tener un lugar seguro, un propósito. Pero nada de eso estaba a su alcance.

Cuando regresaron al aula, el ambiente era igualmente pesado. En lugar de centrarse en el aprendizaje, los estudiantes seguían hablando de los nuevos alfas y betas. Los murmullos sobre quién podría ser el próximo "mate" de quién llenaban el salón, como si se tratara de una especie de competencia. La voz chillona de Amber se escuchó a lo lejos, hablando de su futuro como la prometida del Gran Alfa de Alfas.

—Seré la luna del Gran Alfa —repetía una y otra vez con orgullo.

La joven no pudo evitar sentirse irritada por la actitud arrogante de Amber. Sabía que no valía la pena discutir con ella, así que simplemente se quedó en silencio, observando cómo los demás continuaban con sus charlas vacías. Había algo en ese mundo que la desbordaba, algo que la hacía sentir que, por más que lo intentara, nunca encajaría.

En el despacho del director se encontraban varios lobos de distintas manadas, entre ellos el Gran Alfa de la manada Darks Moon, que emanaba una autoridad palpable. Con tan solo 27 años, su presencia era imponente. Había ganado el respeto de todos, incluso de los más poderosos, a pesar de su juventud.

Nick había decidido el día anterior que iría a la preparatoria para hacer su último intento por encontrar a su mate. Si no la conseguía, tomaría a Amber como su compañera, aunque no fuera la destinada por la diosa luna. Él la amaba y, si resultaba que su mate era Omega, igual se casaría con Amber; era la ideal: fuerte y de buena familia. Nick detestaba a los débiles; a su padre le salió caro tener esa debilidad.

Finalmente, las clases terminaron y todos los estudiantes fueron convocados al gran salón. Gema encontró a Lía, Alana e Isaac entre la multitud, todos nerviosos por lo que parecía ser un evento importante. Lía, en particular, parecía tener dificultades para controlar su ansiedad. La joven la observó en silencio, preguntándose por qué todos se sentían tan emocionados por algo que, para ella, no significaba nada.

Un hombre apareció de repente en el salón, y su mirada se posó de inmediato en los ojos verdes de Lía. La chica retrocedió al verlo, pero él se acercó a ella con pasos firmes. La joven observó en silencio mientras los dos intercambiaban palabras en un susurro, tan bajas que ella apenas pudo escuchar:

—Mía.

Lía, como si hubiera estado esperando esas palabras, respondió sin dudarlo:

—Tuya.

Y entonces, algo sorprendió a todos los presentes. Se besaron de una manera tan profunda y apasionada que todos se quedaron en shock. Gema no podía creer lo que acababa de suceder. Miró rápidamente a Alana, esperando ver una reacción similar a la suya, y notó que su amiga también estaba completamente inmersa en la mirada de otro de los hombres que llegó. Todo esto la tenía aterrada.

La atmósfera cambió de inmediato. La tensión en el aire era palpable, y la joven no pudo evitar sentirse nerviosa. Algo en su interior comenzó a hacerle cosquillas, como si el ambiente se hubiera cargado de una energía desconocida.

En medio de todo ese caos, la joven sintió una sensación extraña. Su cuerpo se tensó, y una energía vibrante la envolvió. No entendía qué estaba pasando, pero algo le decía que su vida estaba a punto de cambiar.

Cuando Nick finalmente llegó al salón, percibió algo extraño en el aire, una fragancia fresca de menta, chocolate y fresas. Su lobo interior, Max, comenzó a gritar con urgencia a través del link:

"¡Mate, mate, búscala!"

Fue entonces cuando la vio. Ella estaba allí, de pie entre la multitud, con una belleza tranquila y serena que la hacía destacar entre todos, su piel casi tan blanca como la nieve, su cabello platinado y sus ojos de un azul hermoso. Nick, sintiendo la conexión inmediata, dio un paso adelante, pero antes de poder hablarle, un grupo de chicas lo rodeó, y entre ellas estaba Amber, quien sin más exclamó con alegría:

—¡Amor, estás aquí!

El chico, con una mirada intensa y preocupada, la alejó con delicadeza y se acercó a Gema rápidamente. La joven observó cómo todo sucedía en cámara lenta, un olor a menta y miel invadió sus sentidos, su cuerpo tembló y su corazón se quería salir de su pecho.

En ese instante, la voz profunda y resonante de Nick llegó hasta sus oídos, atravesando la confusión.

—Mate. No pudo evitar aquellas palabras; era su lobo el que no se aguantó.

—No puede ser… —murmuró Nick, completamente desconcertado. ¿Era ella? ¿Una simple humana?

—¿¡QUÉ!? —¿Una humana? —exclamó de nuevo el Gran Alfa, en un tono más alto, sorprendiendo a todos en la sala. Ella no lo podía creer; esto debía ser una pesadilla. Ella no podía ser la mate de un ser tan poderoso.

—No, debe ser un error —respondió, claramente confundida, sin entender lo que estaba pasando. Su cuerpo temblaba, pero a la vez se sentía atraída por él.

Amber, al escuchar esas palabras, se mostró igualmente sorprendida. Trató de calmarse, pero la tensión crecía cada vez más.

—¡Quéé! De ninguna manera esta "poca cosa" puede ser tu mate. —Recházala ahora, amor —dijo, mirando a Gema con desprecio. No la quiero cerca. Ella no es tu media naranja.

La joven, al percatarse de la mirada fija de Nick, se sintió aterrada. No podía ser real.

—¿Yo? —No, no puede ser… debe ser un error —dijo, casi al borde de las lágrimas.

Pero Nick estaba seguro. No había error.

Con firmeza, la tomó del brazo y, con voz fría y decidida, le dijo:

—Camina, vamos a mi manada.

Gema no entendía qué estaba pasando. Cada paso que daba junto a aquel desconocido se sentía como un sueño del que no podía despertar. Su corazón latía con fuerza descontrolada, sus manos temblaban y un nudo se apretaba en su estómago.

«¿A dónde me lleva?», pensaba una y otra vez, mientras el bullicio del salón quedaba atrás.

Quiso detenerse, decir que no, gritar… pero su voz no salía. La mirada del alfa era intensa, como si algo más allá de lo físico los uniera, pero ella no podía evitar sentir miedo.

¿Y si esto era un error? ¿Y si no podía volver?

La confusión la envolvía por completo. No entendía por qué él la miraba como si fuera algo valioso, cuando toda su vida le habían hecho sentir lo contrario, aunque a pesar de eso su hostilidad también era obvia.

Sus pasos se volvieron torpes. Su respiración, errática. El pecho le dolía, no solo por el miedo, sino por una angustia creciente que no sabía cómo explicar.

Quiso preguntar qué le harían, por qué ella, por qué ahora… pero el silencio del Alfa y la firmeza de su agarre no le dejaron espacio.

«Estoy sola… estoy sola».

Y entonces, mientras la puerta del gran salón se cerraba tras ellos, un pensamiento más fuerte que todos la golpeó con fuerza: ¿Volveré a verlos? ¿Volveré a casa?

Sus labios temblaron al pronunciar apenas un susurro cargado de todo lo que no se atrevía a decir:

—Los amo...

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