Decisión.
Los rayos del sol se filtraban en silencio a través de las cortinas entornadas, como dedos dorados que acariciaban lentamente el rostro dormido de Gema. El calor suave en su piel la sacó poco a poco del mundo de los sueños. Se estiró con un suspiro involuntario, dejando escapar un sonido suave, el típico murmullo de quien apenas despierta.
Abrió los ojos con pereza, pero la claridad que la rodeaba no le resultaba familiar. Frunció el ceño, aún con esa confusión plasmada.
La habitación era más amplia. Las paredes, de tonos neutros, no eran las suyas. La colcha era más gruesa. La almohada olía a un aroma masculino y fresco que conocía demasiado bien.
El corazón comenzó a latirle con fuerza.
Se incorporó de golpe, sentándose en la cama. El pulso le retumbaba en los oídos mientras trataba de entender qué había ocurrido.
—¿Dónde estoy…? —murmuró, con la voz ronca.
Sus ojos recorrieron con urgencia la habitación hasta que algo en un rincón llamó su atención: sus zapatos, tirados junto a un