~Pov de Alisha~
Tenté mi rostro, queriendo evitar el brillo cegador del sol que me golpeaba con fuerza. Fue entonces cuando una voz varonil, llena de una inquietud palpable, rompió el silencio. —¿Estás bien, Alisha? ¿Qué sucede? Mis ojos se posaron en el rostro de quien hablaba, y de inmediato, mis piernas se sintieron como gelatina. «Era Damien. Mi exesposo» El desconcierto me invadió por completo. «¿Qué estaba sucediendo?» Parpadeé varias veces, convencida de que me encontraba atrapada en una pesadilla de la cual no podía despertar. —Alisha, entremos —me instó Damien, mientras sus dedos se entrelazaban con los míos. El calor de su mano, una vez tan familiar, me pareció extraño y ajeno. Instintivamente, me aparté de él, mi cuerpo reaccionando antes que mi mente. Lo miré, mi sorpresa y confusión sin disimulo. —¿Dónde estoy? ¿Qué haces aquí? —musité, mientras mi mirada escaneaba los alrededores. Nos encontrábamos frente al Registro Civil. Finalmente, mis piernas cedieron, y caí de rodillas al suelo, incapaz de sostenerme en pie. Pude ver cómo su cuerpo se tensaba, su expresión cambiaba de confusión a preocupación, y se arrodillaba frente a mí. —¿Qué pasa, Alisha? ¿Te sientes bien? ¿No recuerdas que vamos a registrar nuestro matrimonio hoy? —preguntó, y sus palabras cayeron sobre mí como una ducha de agua fría. Un ardor de ira creció en mis entrañas, tan intenso que casi me quema por dentro. Sin entender mucho, lo empujé con fuerza. Mi voz tembló, quebradiza, pero mis palabras salieron con una firmeza que no sabía que tenía. —No, Damien… Lo siento, pero no me casaré contigo. Lo había dicho. Sus ojos se abrieron desmesuradamente, y la expresión de su rostro reflejó una total desorientación. No podía, ni quería, esperar para ver su reacción. Me levanté tambaleándome, giré sobre mis talones y detuve un taxi. —Rápido, por favor, sácame de aquí —le supliqué al conductor en cuanto subí. Mi cuerpo temblaba sin control. Apreté mis manos con tanta fuerza sobre mis piernas que mis nudillos se volvieron blancos, mientras mi mente se ahogaba en un mar de dudas. Después de un par de cuadras, el taxista rompió el silencio. —Señorita, ¿a dónde vamos? Lo miré por el retrovisor, sintiendo las lágrimas rodar por mis mejillas. La pregunta que formulé a continuación salió con un miedo atroz. —¿Qué día es hoy? El hombre me observó con la misma confusión. —¿Señorita, se siente bien? Hoy es catorce de junio del dos mil veintiuno. «¿Qué estaba pasando? ¿Cómo que dos mil veintiuno?» Me concentré, haciendo un esfuerzo por recordar vagamente dónde vivía en esa época. Le di la dirección: Alsergrund, a las residencias cerca de la universidad. Los minutos en el vehículo se desvanecieron tan rápido como mis pensamientos, que volaban intentando dar sentido a lo que sucedía. No me di cuenta de que habíamos llegado hasta que el hombre me avisó. —Señorita, ya llegamos. Sacudí mi cabeza para salir de mis cavilaciones, asentí y le pagué el viaje antes de bajar del vehículo. Frente a la imponente torre de apartamentos, liberé un suspiro contenido y me dirigí al que era mi antiguo departamento. Moví mi mano, todavía temblorosa, e ingresé la clave. Para mi sorpresa, la puerta se abrió con un clic. Una gran bocanada de aire escapó de mi garganta. Aliviada, pero todavía completamente desubicada, me pregunté: «¿Cómo pudo pasar esto? ¿Mi mente regresó al pasado? ¿Todo fue un sueño o, peor, una horrible pesadilla?» Intentando dejar a un lado la marea de preguntas, me quité el vestido que llevaba y solté mi cabello recogido, que me estaba provocando una jaqueca insoportable. Un poco más cómoda y tranquila, con un vaso de leche en la mano, me senté en el sofá. Tomé una libreta y revisé mi celular para corroborar las fechas de los últimos días. Era cierto. Había regresado tres años atrás. Había renacido.🌺