La casera miró los billetes en su mano y, al final, cedió un poco:
—Que se quede una noche, está bien. Pero mañana mismo me la sacan de aquí. Mi casa no es para que entre cualquier, no quiero mala suerte.
Los vecinos alrededor murmuraban, señalando a Sofía, convencidos de que no era ninguna señorita decente.
Sofía, al ver aquella escena, no pudo evitar reír con ironía.
Ni siquiera los departamentos de lujo que le había buscado Alejandro le interesaban, mucho menos un edificio viejo y ruinoso como este.
Sacó su celular y marcó al 911. El pitido de las teclas retumbó en el pasillo, nítido para todos.
La casera, al ver que de verdad llamaba a la policía, se enfureció aún más:
—¡Qué bien! Yo todavía no te denuncio por andar vendiéndote, ¡y tú ya corres a llamarles! ¡Vecinos, vengan a ver, esta mujer es de lo más ridículo!
—¡Prima, prima! —Lola se interpuso apresurada frente a Sofía—. No hagas más grande el problema. Por mí, déjalo así. Además, llamar a la policía tampoco te conviene…
Sus p