Esta vez viajamos Myriam y yo hacia la casa de la Charity Chair, el sábado en la mañana, después de haber concertado una cita como una contribuyente interesada. Myriam iba al volante, a una semana de haber conseguido su pase de conducción y, distinto a lo que me imaginaba, lo hacía muy bien.
La casa quedaba en la cima de una loma bastante empinada, de un barrio muy exclusivo, y en donde Myriam tuvo oportunidad, conmigo agarrada al asiento con la fuerza suficiente para destrozarle la cojinería, de practicar su arranque en subida y, contrario a lo que yo pensaba, lo hizo muy bien.
—Estás casi tan blanca como el contorno no bronceado de mi bubis —Se burló Myriam— ¿Pasa algo?
—¿Cómo no puedes estar nerviosa