Capítulo 1: Lo que hay que comprarle a la reina

Después de conocer la casa central de la hacienda e instalarse en su cuarto, Nicole había ido a comer con su “futuro esposo”, quien prácticamente había estado hablando durante toda la comida sobre lo grande que era la hacienda, hasta dónde se extendía y las características de los terrenos. Dicho sea de paso, jamás alguien le había hablado tanto de vacas, toros, caballos y otros animales de hacienda… ¿qué le pasaba a ese sujeto que creía que cualquiera de esas cosas podría impresionarla?

Otra cosa que no había agradado demasiado a Nicole era el hecho de que Dominico hablaba, hablaba y hablaba, parecía no cansarse en ningún momento de hablar. Mientras tanto, ella sólo escuchaba atentamente, asintiendo casi con desgano la mayoría de las ocasiones.

—Sé que quizás necesites tiempo para adaptarte, mi reina, pero tranquila, que la boda no será todavía. Aunque me gustaría probar un poco de ti, mi amor —señaló de repente, haciendo que la pelirroja sudara frío con esas palabras. Ella definitivamente no quería entregarse a ese hombre.

—¿Qué tal si esperamos un poco? —cuestionó Nicole, mientras llevaba a la boca un trozo de carne asada e intentaba pensar cómo debía enfocar las cosas—. No por cuestiones de castidad, sino que me gustaría que nos conozcamos mejor para sentir más confianza de hacerlo.

Y sí, ella no era ninguna doncella virginal, sería absurdo pensar eso de alguien que vivió tanto tiempo en los Estados Unidos, pero sí tenía claro que no le provocaba en lo más mínimo ese anciano, debía tener una edad similar a su padre, o hasta más, considerando que seguramente se había hecho algún tratamiento antienvejecimiento. Y es que era evidente que su apariencia reflejaba una persona de unos 40 o 45 años y ella suponía que debía tener como mínimo 50, aunque tampoco era como si realmente quisiera preguntarlo.

El hombre la miró con un poco de disgusto. Y ella sabía que tenía toda la razón en hacerlo, porque la verdad era que ella misma había sido quien había dicho que haría “lo que él quisiera” cuando se atravesó entre su padre y Dominico recién llegando de su búsqueda de trabajo.

Ciertamente tendría que valerse de algo de astucia para poder evitar en lo posible tener que compartir cama con ese hombre tan despreciable. Y no era que lo considerara despreciable por “ser feo”, pues nada más alejado de la realidad, sino por los principios morales que ella tenía y la perspectiva de saber la clase de escoria que él era. Incluso a sabiendas de que su padre estuvo a punto de dejarse asesinar con tal de que su hija no se fuese con ese sujeto.

“Estuvo a punto de matar a mi padre” —pensó con preocupación al recordar los hechos, sabiendo que ese hombre podría muy bien matarla a ella también. Jugar sus cartas bien sería la única forma que ella tendría para solucionar ese problema y evitar las posibles consecuencias.

—Bueno, mi reina, pero no me hagas esperar mucho —sentenció finalmente, cambiando el tono dulce que anteriormente había tenido por uno más amenazador, que hizo estremecerse de terror a Nicole.

—Está bien, querido, te prometo que pronto será —afirmó con una falsa tranquilidad, tomando su vaso de jugo y dando un sorbo, mientras hacía lo posible por mantener la estabilidad de sus manos.

—Me la llevaré este fin de semana a una fiesta con unos gringos que son mi tapadera en los United, mi reina, así que en estos días me la van a llevar de compras a un centro comercial importante de aquí cerca. Usted pida lo que quiera, mi reinita, que le darán lo mejor de lo mejor, no se preocupe por lo que vaya a gastar, que tendrá lo que quiera.

El hombre dio un enorme mordisco a una costilla de res, mientras la miraba con emoción. Nicole sonrió nerviosamente, pero continuó comiendo como si nada. Era mejor evitar a ese hombre si no quería sufrir desafortunadas consecuencias.

La comida terminó poco después, y con ello el sufrimiento de la pelirroja, que fue llevada posteriormente a su habitación para que se refrescara: era cierto lo que decían de que el calor del verano en esa zona desértica era terrible. Quería llamar a su padre, pero necesitaba ganarse primero a Dominico antes de poder recibir la posibilidad de una llamada, especialmente siendo que su padre estaba bajo supervisión de varios de los matones del narcotraficante.

Después de entrar a su cuarto pidió a las mucamas que la dejaran sola y se metió rápidamente bajo la regadera a pensar sobre su vida.

El agua caía por su cuerpo y mientras se enjabonaba no dejaba de pensar en cómo había cambiado su vida en los últimos cinco días. Si hacía dos semanas alguien le hubiera dicho que tendría que dejar toda su vida atrás para irse a vivir en una hacienda de un narcotraficante, Nicole Morales habría mirado a esa persona con incomodidad y le habría dicho que estaba demente.

Pero ahí estaba ella: una de las egresadas con mayor promedio en ingeniería química, en la casa de un hombre que no había estudiado nada, pero que tenía un montón de dinero de origen ilícito. Y quizás para muchas mujeres eso habría sido “maravilloso”, dinero, tener para ella lo que quisiera, pero no era el caso de esa tímida pelirroja. Lo peor de todo era que su confianza había quedado hecha añicos al verse atrapada en las garras de ese asqueroso sujeto.

Aplicó champú en su cabello, notando que era de una marca bastante costosa. Lo que sí podía reconocer Nicole en ese momento era que su cabello recibiría mejores cuidados mientras estuviese en ese lugar.

Se fijó en todos los productos para higiene que había en el gigante baño de su nueva habitación: todo tipo de exfoliantes, champú, acondicionador, tratamientos capilares de diversas marcas costosas, cremas para reducir las arrugas y pare de contar. Sí, probablemente eso habría sido el sueño de cualquier mujer, cualquiera que no hubiera sido una descuidada toda su vida porque se había concentrado más en sus estudios que en su propia belleza.

Y es que en realidad ella era una belleza demasiado exótica. Pues su cabello pelirrojo no era natural, había tenido que teñirlo de ese color tras una prueba de unos químicos que había salido mal en su penúltimo año de la universidad y que la había obligado a cambiarlo, desde ese entonces había decidido conservar el rojo.

Además, su piel era morena clara y tenía rasgos bastante mexicanos para su propio gusto, lo que en cierta medida la incomodaba. Pero al mismo tiempo existía una especie de “delirio” de algunos gringos por su color de piel que los hacía interesarse bastante en ella.

Terminó de bañarse y se fue a peinar.

Nuevamente había cantidades surreales de artículos de belleza, incluso cosas que ella ni sabía para qué rayos servían. Estuvo probando un largo rato hasta que oyó que tocaban la puerta y se tapó con una bata de baño para abrir y que no pensaran que había intentado escapar o algo, ya que no sabía qué tanto podía movilizarse dentro de la hacienda.

—¡Voy! —gritó mientras terminaba de cubrirse, y luego procedió a abrir la puerta.

Era Jonathan, quien había entrado con un ademán tranquilo y cerró la puerta tras él.

—El jefecito me pidió que viniera a ayudar a peinar esos hermosos rizos, así veo si necesitas algún tratamiento especial, preciosa. Tú tranquila, soy todo un profesional, fui yo quien eligió todo lo que hay en esta habitación, aunque no estaba tan seguro de tu talla de ropa, así que sólo compré algunos pijamas, pero mañana iremos al centro comercial y compraremos todo lo que necesites —explicó rápidamente el sujeto mientras entraba a la parte del “cambiador” y sacaba cremas y unos aparatos para rizar—. Te dejaré preciosa para el jefe, aunque él tiene que irse esta noche porque tiene que hacer unos negocios en México y regresa el viernes para la reunión con sus socios. ¿Estoy hablando muy rápido, linda? Es que te noto mirándome muy nerviosa.

Ella negó con la cabeza y luego él le indicó que se sentara frente a la peinadora mientras él organizaba los aparatos en la mesa de esta.

Nicole quiso hablar, pero tampoco sabía qué preguntar, porque no estaba segura de qué tanto podría confiar en Jonathan.

—Es importante que estés lista para despedir al jefe, y te recomiendo que le des un beso si no quieres problemas —informó Jonathan mientras se posicionaba tras ella y empezaba a tocar con delicadeza el cabello y lo movía en diferentes direcciones. Parecía más animado que en su primer encuentro y ya haberle agarrado confianza—. ¡Válgame, Dios! ¡Estas puntas están como para romper mis peines! ¡No, mi ciela! ¡Definitivamente hay que hacer algo contigo ya mismo!

Y así fue como Jonathan se puso manos a la obra, ante una completamente atónita Nicole, quien seguía sin saber exactamente qué decirle al hombre mientras cortaba y mejoraba sustancialmente el cabello de la chica.

Después de más o menos dos horas de trabajo detallado, de desenredar y dar forma al cabello de Nicole, Jonathan logró convertirlo en algo decente y ella pudo sentirse feliz ante los resultados. Sí, definitivamente Jonathan era una maravilla, tenía grandes habilidades para transformar su cabello y ella no podía evitar sentirse más bonita que nunca.

Luego de eso, el hombre empezó a revisar la ropa que ella había llevado, dejándola desperdigada por el cuarto, sin importarle en lo más mínimo el desastre, a lo que Nicole supuso que estaba acostumbrado a dejar esas cosas en manos de las mucamas.

Sacó finalmente una camisa ancha semitransparente negra que pareció darle algo de confianza y se la puso por encima de la bata de baño a la chica por unos momentos y volvió manos a la obra en su búsqueda de ropa. Eligió un conjunto de ropa interior fucsia que destacaba muchísimo por el estilo de los tirantes de la ropa interior y Nicole no pudo evitar sonrojarse, aunque en su tono de piel no era tan notorio (por suerte para ella). También tomó un short de jean y lo acomodó junto a las demás piezas. Finalmente, el hombre fue a revisar un armario enorme hasta sacar una cinta de color fucsia también.

—¡Listo! ¡Es hora de vestirse, mi ciela! Que ya falta poco para que el jefecito de vaya —exclamó con alegría y dejó todo sobre la cama organizado—. Iré afuera mientras te cambias y luego entraré para ayudarte con la cinta, ¿ok? Nos vemos en un momento —dijo y le lanzó un beso a Nicole, mientras iba hacia la puerta.

Después de vestirse, salió a buscar nuevamente a Jonathan y este pasó nuevamente a la habitación, y la miró detalladamente, mientras giraba en todas las direcciones, posicionándose de cada lado y deteniéndose por momentos.

Era la primera vez que a la pelirroja la miraban tanto, pues realmente no estaba acostumbrada a tener a alguien que literalmente estuviera parándose ante ella para hacerla lucir mejor. Segundos más tarde, el sujeto fue a buscar la cinta fucsia, que viéndola de cerca resultaba más grande de lo que Nicole imaginaba, y empezó a acomodarla para hacer una que quedase como una especie de corsé sobre la cintura, acentuando más los atributos que ella tenía.

—¡Perfecta! —Jonathan aplaudió después de decir esas palabras y permitió a Nicole verse en el espejo, que también era enorme, como aparentemente todo en esa habitación lo era.

—¡Wow! —Estaba tan asombrada que no había palabras para describir lo surreal que era verse a sí misma vestida tan hermosa.

Después de eso buscó en el armario unos zapatos de tacón alto y se los colocó enfrente para que ella se los pusiera.

—No, no, no, no, no. ¡Ni hablar! ¡No sé caminar en tacones! ¿Cómo piensas que me pondré eso y caminaré hasta el otro lado de la casa para despedir a Dominico? ¿Estás loco?

—Ay, mi ciela, perdón. Pero tienes que hacerlo. Si quieres te vienes conmigo descalza y allá te los ponemos, pero de verdad el jefecito se va a enojar mucho si no te ve como una reina —aseguró Jonathan, haciendo que Nicole bufara con indignación—. Luego entre semana tendrás que aprender a comportarte como debería hacerlo al esposa de cualquier capo, cariño.

Nicole quería gritar por la frustración que sentía, pero no podía hacerlo en ese momento y mucho menos mostrar debilidad ante uno de los hombres de Dominico. Decidió que no le quedaba de otra que adaptarse, al menos de momento, así que sencillamente salió de la habitación dando zancadas y caminando notablemente enojada, sin colocarse ningún calzado para seguir las instrucciones que le había dado ese hombre, quien la empezó a seguir, aún con los tacones en la mano.

Serían días difíciles para la NarcoQueen, pero si quería proteger a su familia, debía seguir haciendo las cosas de la misma forma que las había estado haciendo hasta el momento.

Había un montón de gente corriendo de un lado a otro en la entrada de la hacienda, preparando todo lo referente al viaje de Dominico. Y Nicole simplemente se sentó en una de las sillas que se encontraban en los alrededores. Jonathan llegó caminando detrás de ella poco después y se acercó para colocarle los tacones, mientras le dedicaba una sonrisa.

—Eres preciosa y he logrado que destaques mucho más, definitivamente. El jefe estará complacido —afirmó el hombre.

—Gracias —dijo ella aceptando el cumplido. Mientras seguía viendo cómo todos trabajaban.

Dominico apareció exactamente a las 18:26 horas, según un gran reloj de pared (definitivamente todo en esa hacienda era enorme) y empezó a dar instrucciones sobre lo que harían durante los días que él no estuviera. Explicó cómo sería la seguridad durante la salida de compras de Nicole y también hizo énfasis en que estaría al tanto de cualquier movimiento, con una mirada bastante acusadora. La joven sintió temor al verlo mirarla de esa forma, y reconoció que su futuro esposo era un hombre al que no le importaría acabar con ella y con su familia en segundos.

Después de todas las instrucciones y de indicarle a Jonathan los horarios en los que podía sacar a pasear “a la reina”, Dominico se acercó peligrosamente a Nicole, con una mirada que le causó escalofríos a la chica. La miraba con lujuria, y de eso no había ninguna duda. Le sonrió y Jonathan la ayudó a levantarse, para luego quedar casi en brazos de su futuro esposo.

—Estaré esperando tu regreso —habló con una mala actuación la joven, reprendiéndose mentalmente al darse cuenta de que seguramente se notaba el asco que tenía.

Debía hacer algo rápido. Dio un paso un poco temeroso para acortar más la distancia con el hombre, pero en ese momento su nula capacidad de caminar en tacones le jugó sucio, haciéndola tropezarse y caer de bruces en los brazos de Dominico, quedando casi cara a cara con él, salvo por el hecho de que ella era más pequeña.

“Salió mejor de lo que pensé, a pesar de la caída” —pensó mirándolo con un fingido deseo—. “Ok, Nicole, imagina que es Tom Hiddleston”.

A continuación, Nicole cerró los ojos, acortó la distancia y le dio un beso a Dominico como si su vida dependiera de ello, y es que realmente dependía, así que debía dar lo mejor de ella. Y la verdad la experiencia no había sido tan desagradable, salvo que al separarse del hombre definitivamente había recordado que no era Tom Hiddleston y nuevamente sintió repulsión, pero prefirió seguir con su patética actuación.

—Ay, mi reina... ¿Cómo tú me haces esto así? Voy a quedarme toda la semana con las ganas —le dijo con un tono mucho más lujurioso al oído, estremeciéndola.

—Puedo mandarte algunas fotos... Si me permites tener un celular —comentó ella inocentemente.

—Lo pensaré y le avisaré a Jonathan en caso de que eso sea necesario, mi reina.

Pasaron los primeros dos días en la hacienda y por fin Nicole pudo salir, aunque en este caso iba sólo a comprar en un centro comercial. Jonathan iría con ella y, además, tenía varios escoltas a su lado. Seguramente todos ellos dispuestos a disparar en caso de que Nicole intentase escapar. Pero igualmente ella estaba acorralada, pues su padre y su hermana se encontraban con vigilancia 24 horas, lo que hacía que la chica tuviera una cárcel más difícil de escapar que simplemente correr: no permitiría que nadie le hiciera daño a su familia.

Jonathan la llevó a recorrer un montón de tiendas carísimas y ella primero se sintió incómoda de imaginarse con cualquiera de esas cosas, pero el sujeto simplemente parecía disfrutar como nadie de hacer que Nicole se probara vestidos, jeans, shorts, camisas de todo tipo y cualquier cosa que se le ocurriera.

Después de las primeras horas de compras, Nicole empezó a sentir hambre, pero no sabía si estaría bien decir eso, ya que no quería causar problemas, nunca le había gustado pedir cosas a los demás, ni siquiera a su padre. Por suerte, no necesitó hablar sobre sus propias necesidades, pues en poco tiempo Jonathan mandó a uno de los matones a llevar un montón de bolsas que llevaban con ellos al auto y le preguntó a Nicole qué quería comer.

Ella no dijo nada, no tenía ninguna preferencia, realmente. Pero él insistió sobre la comida favorita de ella, a lo que ella respondió con simpleza:

—Pizza.

Jonathan asintió y fueron a una pizzería cercana.

Terminaron de comer en poco tiempo y Jonathan estuvo preguntándole a Nicole algunas cosas, que ella respondió un poco secamente. Él sólo suspiraba con las respuestas escuetas de la pelirroja, pero ella sinceramente no quería dar demasiada información a esos narcotraficantes.

Terminaron la pizza y el hombre le notificó que compraría unos helados para completar con el postre. Mientras él se iba, ella miró a su alrededor con temor. No quería que las personas la asociaran con mafiosos, pero lamentablemente estaba ahí, junto con uno de los secuaces de Dominico.

Con desgano, la pelirrroja sacó de su cartera un cuaderno que había decidido utilizar para dibujar, una de las pocas cosas que había conseguido llevarse de su casa. Y procedió a dibujar a una niña que se encontraba sentada comiendo con sus padres. El dibujo no era muy bueno, realmente ella no sabía dibujar, pero algo tenía que hacer en ese tiempo en que no tendría teléfono para comunicarse.

Jonathan volvió poco después y ella guardó el cuaderno, no sin antes anotar cuatro letras al “azar” en una esquina del dibujo. Guardó su libreta en la mochila que llevaba y empezó a comer su helado con una sonrisa.

—Mi ciela, quiero que seamos amigos. Puedes confiar en mí, en serio, pero me pones difíciles las cosas si no hablas —le comentó el sujeto comiendo de su helado con una delicadeza que la hizo replantearse su forma de comer.

—Yo... sólo no estoy acostumbrada a confiar en las personas —explicó un poco indecisa, aunque no era del todo cierto, pero no confiaba en esos narcotraficantes.

—Quiero hacer algo para ganarme tu confianza. A ver... ¿qué quieres? —cuestionó él.

—Hablar con mi familia —dijo Nicole en un susurro.

Él suspiró con fastidio y comió un poco de su helado, logrando evitar que las partes que se iban derritiendo escurrieran por sus manos, lo que estaba empezando a sucederle a la pelirroja. Se cuestionó sinceramente sobre sus habilidades para comer helado tal ver la finura que tenía el castaño.

—Escucha, mi ciela. Tu hombre no va a darte un teléfono hasta obtener una probadita de ti, así que tendrás que ser... más cariñosa, puedes dejarlo tocarte un poco, déjalo que juguetee contigo después de la fiesta y luego yo me encargaré de agilizar un poco las cosas con tu teléfono. Te lo prometo, mi reinita preciosa —aseguró Jonathan—. Pero ahora mismo necesito un avance contigo. ¿Qué necesitas para confiar en mí antes de que el jefecito vuelva?

—Ehhh... —Ella dudó por un momento—. ¿Tienes alguna forma de probarme que estás de mi lado y que puedo confiar en ti?

Él sonrió confiado.

—Claro que sí, mi ciela. Por algo soy el dueño de una se las más conocidas agencias de modelaje de Tijuana. Tengo a la persona perfecta para presentarte y seguramente te gustará mucho conocerla.

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