2. TE QUIERO MUCHO, MUCHO

«Aunque te conozco poco, ya te quiero mucho»

[Río Roma]

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Braulio

—Si te demanda por acoso no voy a intervenir —sentenció mi hermana que, de nuevo, decoraba su oficina con las flores que yo le había enviado a Georgina. Ella siempre las rechazaba diciendo que estaban dedicadas a la persona incorrecta, incluso el mensajero había comenzado a llevar los ramos directamente a la oficina de Elizabeth—. Tienes que parar esto, soy casada hijo de Dios, y no quiero malentendidos —dijo Elizabeth que ya no tumbaba mis pies de su escritorio. 

Hacía semanas que procuraba mantenerme con los pies en el piso, para así pensar con más claridad. Pero no funcionaba.

—Liz, ella ni siquiera me mira —informé apesadumbrado algo que ella sabía, pero que necesitaba desahogar, y Elizabeth era mi confidente, la única mujer, por no decir persona, en que me atrevía a confiar.

Elizabeth me miró con una rara mezcla de ternura y compasión.

—No debiste besarla —dijo recargándose en su escritorio frente a mí, acariciando mi cabeza—. Y deja de atosigarla con regalos.

Hice un puchero. La verdad es que esperaba un consejo, no ese regaño tan repetido que comenzaba a convencerme.

—Entonces, ¿qué hago? —pregunté con cierto desespero—. No la quiero lejos de mí. Me gusta demasiado.

Mi hermana me miró fijo.

—¿Seguro no es solo una obsesión? —preguntó—, no me gustaría que la lastimaras. Georgina es una buena muchacha.

—Creo que la amo —solté suspirando, dejando a mi hermana de piedra—. No me crees, ¿verdad? —pregunté a la mujer anonadada frente a mí. 

Ella mejor que nadie conocía, y atestiguaba, mi fama de parrandero, mujeriego e idiota.

—Pues es complicado confiar en tu palabra —dijo después de suspirar fuerte. La miré con hostigamiento y ella sonrió—. Deseo que así sea —dijo al final, abrazándome a su pecho.

—Dime qué hacer, Liz —pedí a mi hermana que raspaba suavemente sus uñas en mi cuero cabelludo.

—Creo que te tiene un poco de miedo —dijo después de pensarlo un poco—. Eres de los que seguro lastimarían a alguien si se enamora de ti, y ella parece de las que se enamoran de idiotas como tú —Sonrió—. Tal vez deberías demostrarle que, por ella, estás dispuesto a cambiar, que por ella serías capaz de lograr ser un mejor tú.

Para ese entonces yo sentía que mi hermana hablaba en chino, sus palabras no lograban cobrar sentido dentro de mí.

—¿Qué tengo que hacer? —pregunté creyendo que necesitaba un poemario para interpretar tanto romanticismo.

—Pregúntale —recomendó Elizabeth y, como yo de verdad quería saber, fui a preguntarle.

—¿Cuál es tu tipo de hombre ideal? —pregunté a la hermosa chica que, con su espada recta levemente separada del respaldo de la silla, mantenía fija la mirada en la pantalla del ordenador mientras sus dedos, que al parecer conocían de memoria el teclado, no paraban de teclear a muy alta velocidad.

—¿Qué? —preguntó muy contrariada mientras sus dedos se detenían y me veía con expresión de "este hombre está drogado".

Repetí mi pregunta y sus ojos se agrandaron aún más. Parecía que mis palabras no le entraban en la cabeza.

Sin dejar de mirarme, Gina frunció el ceño y comenzó a mover sus labios como si quisiera decir palabras que su garganta se negaba a articular. 

Si alguien la hubiese visto de lejos estaría seguro de que me estaba reprendiendo pues no solo su boca se movía, sus cejas y ojos también.

—Ahora dime todo lo que no escuché —pedí divertido a una que al fin resollaba.

Georgina soltó tremenda carcajada y, mirando a todas partes, cubrió su boca intentando regresar el sonido emitido. Pero eso no se podía, y nadie le había escuchado, la mayoría de los empleados ya se habían ido a sus casas. Al parecer ella estaba un poco atrasada con su trabajo y se quedó a terminarlo.

—Estás loco —dijo muy divertida. Sonreí. Me encantaba que no me hubiera ignorado esta vez—. ¿Por qué quieres saber eso? —preguntó.

—Porque es el tipo de hombre en que planeo convertirme —respondí con mucha seriedad. 

Entonces la sonrisa de Gina desapareció y la chispa de sus ojos se apagó.

—No podrás serlo —aseguró devolviendo los dedos al teclado, y los ojos allí mismo también; y la verdad es que, de no haber sido por su lacónica mirada, me habría enojado por su respuesta.

—Eso no lo sabremos hasta que lo intentemos —dije—. Déjame intentar. Me gustas mucho, Gina.

—Déjame pensarlo —farfulló escribiendo mucho más lento que antes, y sonreí sin irme de la silla frente a su escritorio.

Parecía ser que ignorarme era algo natural en Georgina, pues de pronto sus dedos tomaron velocidad y no parecía ni incomodarse con mi presencia. Creí que se había olvidado que estaba allí esperando una respuesta. O quizá no, pues de pronto comenzó a hablar.

» Tiene que ser un hombre responsable y amable —dijo—, que ame más que a nada en la vida a su familia...

—Yo amo a Elizabeth más que a nada en la vida —señalé interrumpiéndola. 

Ella sonrió.

—No solo la señora Elizabeth es tu familia —recordó—. Tienes un padre al que no apoyas en el negocio familiar, un cuñado al que seguro no reconocerías si lo encuentras sin tu hermana y dos sobrinos de los que ni siquiera el nombre sabes.

—Sabes mucho de mí —dije un tanto apenado y un poco emocionado. 

Ella me había estado observando y eso podía darme puntos.

O no.

—He debido aprender a reconocer a las personas para poderme defender de ellas —explicó dirigiéndome la mirada al fin—. La observación es mi mejor arma —dijo, inhaló profundo y devolvió los ojos a la pantalla, entonces continuó.

» Tiene que ser una persona seria pero no aburrida, que disfrute pasar el tiempo conmigo pero que no le moleste darme mi espacio, que no mienta ni guarde secretos, que se interese en mi vida sin agobiarme, que me apoye con mis planes... pero no económicamente —aclaró—. No necesito quien me mantenga, de ser así seduciría a mi jefe —terminó burlona esperando mi reacción. La miré con seriedad y molestia. Sonrió haciendo negativas con la cabeza—. Alguien que no tema enseñarme su pasado y sea capaz de tolerar el mío —dijo.

Eso sonó algo de sugerente y mucho de sospechoso. Así que no pude evitar interrumpirla de nuevo.

—Lo dices como si hubieses hecho algo horrible en el pasado —dije y detuvo sus dedos por unos segundos, humedeció sus labios con su lengua y me miró apenada.

—No fui yo quien hizo algo horrible —soltó—, pero así se podría describir mi pasado. Como horrible.

El silencio nos envolvió hasta que un chillido proveniente de la impresora lo disipó. Gina se puso de pie y fue a revisar las hojas que se imprimían, las metió en un folder y las dejó sobre el escritorio de mi padre que entraba justo en ese momento a la oficina. 

Gina sonrió y mi padre correspondió su sonrisa.

—Si no ha terminado dejé así —dijo mi padre—. Haré que mañana alguien se haga cargo. Que tenga un buen viaje —deseó en voz alta y, tomando su maletín, se fue.

—¿Viaje? —pregunté a la chica que comenzaba a meter algunas cosas a su bolso. Ella estiró los labios e inspiró profundo—. ¿Te vas de vacaciones? —insistí en obtener información y ella negó con la cabeza pero no abrió la boca—. Dime a dónde vas y cuando vuelves —pedí casi suplicante cuando la tomé de un brazo.

—No tiene caso que sepas a donde voy —aseguró—, y vuelvo el lunes.

Quitando sábado y domingo, que no trabajábamos, eso le daba tres días. Me intrigaba saber lo que haría esos días que no trabajaría, pero parecía que ella no sedería a decirme nada, así que dejé de presionar.

—En serio me gustas mucho —reiteré abrazándola a mi pecho—, tanto como jamás imaginé que nadie me gustaría —Su cuerpo se tensó—. Quiero ser tu hombre ideal y que seas solo para mí, así que, por favor, no te consigas un novio en este viaje —supliqué logrando una carcajada de ella que ahora se relajaba entre mis brazos. 

Gina me rodeó con sus brazos y pegó su mejilla a mi hombro.

—No sufras por eso —dijo—. Decidí que no me enamoraría de alguien que no fuese el indicado. No creo que en cinco días alguien logre demostrarme que lo es.

Antes de que Gina escapara de mis brazos, besé su cabeza y luego nos alejamos. Nuestros cuerpos se separaron, pero nuestras miradas no perdían la conexión, una conexión acortando la distancia de nuestros cuerpos.

—No me beses, por favor —susurró ella cuando estuve punto de rozar mis labios de nuevo con los de ella y retrocedí. Georgina agachó la cabeza—. Nos vemos el lunes —dijo adelantándose a irse sin mí.

* *

—¿Y ni siquiera porque sabías que no la verías el resto de la semana te ofreciste a llevarla a su casa? Eres un idiota —me reprendió Elizabeth y suspiré con pesar. Lo sabía, debí haber intentado aligerar la tensión entre nosotros y no quedarme con su cabello como la última cosa que vi de ella—. En fin, volverá el lunes, y no es tanto tiempo —concluyó mi hermana. 

Pero yo no estaba de acuerdo. A mí, no haberla visto esa mañana, se me antojaba a eternidad.

Empalmé mis brazos sobre el escritorio y recargué mi cabeza en ellos para descansar. Ni siquiera había hecho nada y me sentía exhausto.

» ¿Con qué quieres empezar? —preguntó mi hermana que se mostraba interesada en que yo fuera más que el supervisor de fiestas y modelos en esta empresa. Pues, además, ya ni supervisaba a las ofrecidas damas que cada fiesta buscaban una oportunidad conmigo—. ¿Recepción o mandadero? —sugirió divertida conteniendo la risa.

—Ja, ja, que graciosa —dije reprochándola con la mirada—. Quiero ser el secretario del asistente de la presidencia —anuncié después de pensarlo un poco, haciendo reír a Elizabeth.

—Sueña —dijo mientras empujaba al piso mis pies, que subí a su escritorio cuando anuncié el puesto por el que postulaba ahora que sería un serio trabajador de nuestra empresa.

La gerencia de relaciones públicas fue mi destino final, pues, además de que me habían obligado a estudiar negocios internacionales, las lenguas se me daban bien. Y hablo de las lenguas en el sentido de los idiomas, aunque en el otro sentido era aún mejor.

Intenté, en medida de lo posible, acostumbrarme a mi trabajo en el tiempo que Gina no estuvo, para darle una grata sorpresa cuando llegara, pero quien se llevó la sorpresa, y no una muy grata, fui yo.

El lunes que entró en la oficina concluí que en su viaje ella había dejado olvidada la mitad de sí misma. Estaba muy delgada y se notaba bastante cansada.

—¿Estás bien? —preguntó la secretaria de mi padre. 

Ella le regaló una sonrisa apagada y asintió en una mentira.

Cuando me vio estiró los las comisuras de sus labios haciendo una mueca que fingía ser sonrisa y caminó hasta la oficina de mi padre de donde no salió ni a comer. Imaginé que tenía demasiado trabajo, por eso no la molesté.

Pero, cuando al fin me armé de valor, y mi padre al fin dejó la oficina, me adentré en ella para descubrirla apoyando los codos en la mesa del escritorio con la cara entre las manos. 

Creí que lloraba, pero no se escuchaba ningún sollozo, así que lo descarté. Golpeé su escritorio para informar de mi presencia. Georgina levantó la cara y me miró entre asombrada y adormilada.

—¿Estás cansada después de saltarte media semana de trabajo? —pregunté y ella sonrió

—El trabajo no quiso hacerse solo, se acumuló, así que es demasiado ahora —dijo. 

Pero ella no estaba cansada del trabajo, solo me siguió el juego para no contarme lo que le aquejaba.

Me senté frente a ella y ella volvió a su trabajo, olvidando quizá que yo estaba allí.

El silencio que nos envolvía, mientras ella revisaba unos papeles, comenzaba a tornarse incómodo. Por eso decidí hablar de lo que fuera, pero no encontraba la manera de iniciar una conversación, porque lo único que yo quería era saber lo que le ocurría y hacer lo que en mis manos estuviera para ayudarle a solucionarlo. Y eso era algo de lo que ella no quería hablar. Aunque, al parecer, también se estaba sintiendo incómoda con esta situación.

» No estoy bien —dijo rompiendo el silencio—. Fue una experiencia desgastante y horrible. Pero volví y necesito que todo sea normal. Por favor no te intereses de mi vida privada, no voy a compartírtela. 

Sus palabras me dolieron, sobre todo por las lágrimas que surcaban sus mejillas.

—¿A quién le interesa tu vida privada? —ironicé haciendo lo que me pedía—, yo solo disfrutaba volver a verte, ¿te dije ya que me gustas?.

Eso pareció ayudarle a relajar. Gina enderezó su espalda y, tan discreta como pudo, desperezó su cuerpo estirándolo un poco.

—Me muero de hambre —dijo tallando su cara con sus manos.

—Pediré que nos traigan algo para que puedas avanzar con tu trabajo mientras yo recupero todo el tiempo que no te vi la semana pasada —informé haciéndola reír.

Terminamos de comer y ella parecía haber ganado un poco de energía, también se veía menos sombría y se mostraba animada en la charla. 

Pero todo tiene un inicio y un fin, lamentablemente los buenos y agradables momentos también se terminan.

—Sé que hay compañías que hacen daño, pero comienzo a creer que la tuya me hace mucho bien —dijo antes de volver a sus labores de oficina, llenando mi corazón de una maravillosa emoción que me invitó a no desistir de lograr ser el hombre que ella amara y tenerla solo para mí, siendo solo para ella.

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