3. ME QUIERO ENAMORAR

«Lo puedo imaginar pero no sé cómo se siente»

[Jesse & Joy]

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Georgina

Desde que lo escuché insultarme —sin razón alguna— en mi primer día de trabajo en la presidencia de su empresa, me decidí a ignorarlo. Él parecía una persona problemática, y problemas eran lo que a mí me sobraban. No lo necesitaba y no lo quería, pero él me quería a mí.

Intenté ignorarlo, pero no me fue posible. Él era de las cosas que no se pueden ignorar, de las que, aún a kilómetros de distancia, llaman la atención. Braulio poseía una poderosa luz que atraía a horribles alimañas y almas sedientas de cualquier cosa que no sea oscuridad, yo era de las segundas. Y creí que él jamás se fijaría en mí, pues de las primeras le sobraban.

Aunque al principio quise creer que él era solo un niño rico, mujeriego y vago, me di cuenta que a él realmente le interesaban sus empleados, sobre todo las empleadas, y mucho más si eran modelos. Pero no era una mala persona. Una mala persona no ayuda a los otros, y a mí me ayudó con mi ebria compañera de habitación.

Después de eso pensé que había mucho más en él que lo que en un principio creí. Pero, después de que me besara, decidí que no lo averiguaría. La sacudida que ese beso le dio a mi alma era algo que definitivamente quería evitar.

Como dije, mi vida tenía demasiados problemas como para buscarme uno más. De problemas mi vida había estado plagada y no necesitaba más de eso.

Concluir mis estudios de nivel básico fue toda una proeza, estar cursando estudios universitarios era como un sueño, o tal vez un milagro. Económicamente mi familia estaba demasiado debajo de la media. Por fortuna para mí, yo era hija única, así que acaparaba casi todos los ingresos familiares restantes a los tratamientos de la enfermedad de mi madre.

Cuando mi padre murió de un infarto en la cárcel creí que nuestro mundo se derrumbaría y nos enterraría vivas a mamá y a mí. Pero yo era más fuerte de lo que creía. Fui capaz de solventar los gastos de la casa y mis estudios. Pues, gracias al seguro de vida de mi padre, la enfermedad de mamá estaba cubierta.

Por fortuna era una clínica especializada en su enfermedad, por desgracia era una clínica especializada en su enfermedad fuera del país. La enfermedad de mamá era mortal, y estaba en etapa terminal. Yo no podía estar cerca de ella, pero necesitaba aprovechar el tiempo que nos quedaba juntas, por eso pausé la universidad, para poder ir y venir tantos fines de semana como mi economía lo permitiera.

Y tener mayores ingresos económicos fue justo la razón de dejar mi pueblo y vivir en la ciudad, para tener un mejor trabajo, además, con la ayuda de mi amiga que me permitía vivir con ella, mis gastos se reducían bastante, y la venta de la casa en el campo era un gran soporte.

Mi vida no era buena, aun así intentaba que los pesares que me atormentaban, y de vez en vez me ahogaban, no se notaran. Pero vivía a expensas de lo que a mi madre le ocurría, por eso esa vez debí salir corriendo a mitad de semana, para no arrepentirme de no haber estado con ella en la que podía ser su última crisis. Gracias al cielo no lo fue.

Mi vida era agotadora y ocupada, yo no quería enamorarme, no tenía tiempo ni energía para ello. Por eso mi hombre ideal era alguien que no existía. Nadie en el mundo podría ser tan comprensivo y complaciente como yo lo estaba pidiendo.

Pero Braulio dijo que lo intentaría y, a pesar de que estaba segura no podría lograrlo, me comenzaba a gustar la atención desatendida que me daba.

Él se interesaba en mí desinteresadamente, y eso era lo que yo quería, aunque quizá no era lo que necesitaba. Braulio siempre estaba para mí sin atosigarme, él me hablaba de tantas cosas triviales que de pronto mi vida parecía ser normal, como la de cualquier otra persona, y eso me estaba atrayendo peligrosamente a él.

Braulio me daba mi espacio, no preguntaba por mis problemas y no me atosigaba con los suyos, solo estaba allí para mí, sin presionarme a abrirme a él y sin presionarme con ese cariño que no paraba de mencionar. Él en serio intentaba complacerme y entenderme, realmente se estaba volviendo mi hombre ideal, incluso ahora trabajaba y no se equivocaba con el nombre de sus sobrinos.

En alguna parte del camino comencé a pensar que la presencia de una persona como él en mi vida sería bastante bueno para mí. Quería creer que compartir mi vida con él la haría más llevadera y menos desagradable. Pensé que sería lindo enamorarme de alguien como él, después de todo, él era mi hombre ideal.

—Me quiero enamorar de él —dije a mi madre que ya lo adoraba.

—Quisiera que lo lograras —dijo con una enorme sonrisa acariciando mi rostro desde su lecho—. Solo siendo tu compañero de trabajo te hace feliz, quiero verte radiante de amor y plena de felicidad.

Sus palabras llenas de melancolía nos hicieron llorar. Mi madre se perdería muchas cosas de mi vida. Ella no tendría el tiempo de verme realizada profesionalmente, casada o de conocer a mis hijos. A ella solo le restaban algunos meses de vida, y por supuesto que quería ver mucho más que a mí quejándome de la turbulencia de los vuelos, lo caro de los pasajes o como me iba acostumbrando al sillón frente a su cama donde pasaba las noches del viernes y el sábado.

» Amor, no tienes que estar sola —dijo—, llénate de gente que te ame y te procure, de personas que te hagan compañía cuando yo te deje más sola aún.

Mientras sus lágrimas corrían por sus mejillas, y yo me ahogaba con tantas cosas que quería decirle antes de que el tiempo consumiera su vida, nos miramos con una sonrisa llorosa.

Había muchas cosas que quería que escuchara pero, lamentablemente, cuando estaba frente a ella, ese maldito nudo en la garganta no me dejaba externar más que sollozos. Ese maldito nudo en la garganta era el culpable de que a mí me faltaran varios kilos para mi peso ideal, pues ni siquiera me dejaba comer.

» ¿Cómo te trata el señor Luna? —preguntó una vez que lo sollozos nos dieron un respiro.

—Bien, es una excelente persona mamá —aseguré y ella asintió.

El padre de Braulio nos había ayudado aun cuando mi padre, desesperado por no poder pagar el tratamiento de mi madre y mi escuela, intentó estafarlo. Por eso él estaba en la cárcel, por eso él murió de estrés y pena. Pero el señor Luna se apiadó de mí y me dio un puesto que jamás en la vida soñé tener, pero que nos era de mucha ayuda a mi madre y a mí.

Miré a mi madre incómoda, seguro de dolor. Aunque lo que debía hacer era descansar, ella solicitaba que no se le administraran los medicamentos que mitigaban su dolor cuando yo estaba allí, pues siempre terminaba dormida y, ella como yo, no quería perderse un minuto en compañía. Pero yo no la quería ver sufriendo.

—Iré por una enfermera, necesitas descansar —dije y me sonrió.

—Lo siento —masculló ella mientras yo dejaba la habitación.

Me tragué las lágrimas y caminé hasta recepción donde saludé a Sarah con una apagada sonrisa. Ella marcó un número y, a los segundos, Martha apareció con una sonrisa enorme en el rostro. Ambas caminamos hasta la habitación donde mi madre comenzaba a notarse muy cansada y dolorida.

—Pondré suficiente para que descanse mucho esta noche y mañana vea a su hija todo el día sin mucha incomodidad —informó la amable enfermera a mi madre que le regalaba una de esas sonrisas que yo adoraba y que extrañaría demasiado.

En cuanto mi madre cerró los ojos yo dejé salir el resto de mi dolor en abrazantes lágrimas que fallaban en su intento de curar mi corazón.

» Tienes que hacerte el ánimo, muchacha —dijo Martha sobando mi encorvada espalda. Ella tenía razón, pero no podía hacer eso, no podía aceptar que pronto mi madre no estaría conmigo. Odiaba la idea de no poder verla nunca más. Me mataba saber que moriría pronto—. Ve a comer y a descansar a la pensión —pidió la enfermera, pero me negué.

—No tengo hambre —dije—, y quiero quedarme aquí.

Martha me miró compasiva y negó con la cabeza.

—Pediré que te traigan algo, y si no te lo comes pediré a seguridad que te saque y no te deje entrar hasta mañana, ¿eh?

La amenaza de la enfermera antes de irse, me hizo sonreír. Saber a alguien preocupado por mí era satisfactorio hasta cierto grado.

En ese sofá que me servía de cama cada que yo volvía a España, me quedé observando a mi dormida madre y volví a llorar mientras caía en cuenta cómo se apagaba su vida. 

Su pálida y casi trasparente piel me permitían ver la mayoría de sus venas llenas de cicatrices de pinchazos de agujas. Las marcas oscuras debajo de sus ojos hacían evidente su dolor y suplicio.

«¿Por qué debíamos pasar por esto? —me pregunté— ¿ella qué mal hizo para merecer esto?, ¿qué mal hice yo para padecer tanto y perder tanto?»

Pero la vida no da esas respuestas; esas son cosas que solo pasan y que debemos superar quienes las sobrevivimos.

* *

El domingo a media noche llegué a México de nuevo. Llovía a cantaros y no había taxis disponibles. Llamé a casa y Alexa no estaba allí. Tenía que ir a casa, pero yo no quería llegar a un lugar donde no había nadie, no quería estar sola más tiempo, quería alguien que estuviera para mí cuando lo necesitara, como justo ahora. Así que tomé un teléfono casi sin batería y llamé a alguien que jamás pensé llamaría. Algo dentro de mí decía que él me prestaría sus brazos y me regalaría su tiempo.

El teléfono timbró cinco ocasiones, y una ronca y adormilada voz preguntó mi nombre. Sonreí, y llorando confirmé que él era lo que necesitaba, era lo que quería.

—Estoy en el aeropuerto —dije—, no hay taxis.

—¿Estás llorando? —preguntó. Sorbí mi nariz, aclaré la garganta y respiré profundo para solo emitir un sonido afirmativo y volver a sollozar—. Voy para allá —dijo y balbuceé un "Gracias" que no puedo afirmar escuchó.

Cerca de veinte minutos después vi a Braulio atravesar la entrada del aeropuerto. Venía con un abrigo sobre el pijama y en pantuflas.

A pesar de su rostro lleno de preocupación sonreí, me hacía feliz verlo.

Levanté mi bolso deportivo, donde guarda un par de mudas de roda, ahora sucias, y lo atravesé a mi cuerpo. Entonces caminé lento hasta el que, a pasos agigantados, se dirigía a mí. 

Cuando nos encontramos Braulio me abrazó fuerte y yo ya no lloré, estaba cansada de hacerlo, y tenerlo a mi lado en serio que me hacía mucho bien.

—¿Qué pasó? —preguntó y negué con mi cabeza.

Aunque él me hacía sentir tranquila, estaba segura que hablar de mi vida me alteraría, y estaba cansada de sufrir. Quería volver a ignorar el dolor y poder sonreír como si nada me ocurriese, como lo hacía toda la semana y algunas veces cuando mi madre me veía.

» Sabes, comienza a molestarme tanto misterio. Me gustaría que confiaras en mí —dijo más apesadumbrado que molesto, mientras conducía por una lluviosa carretera. 

Yo respiré profundo y aclaré mi garganta para poder hablar.

—No es que no confíe en ti —aseguré—, es que estoy cansada, quiero no pensar en eso por un rato... Prometo que te contaré otro día —Braulio puso su mano sobre la mía y, apretándola, miré a la ventana para no dejarlo verme llorar—. No quiero ir a mi departamento —solté cuando vi acercarse el desvío a mi colonia—. Alexa no está en casa y no creo soportar estar sola —expliqué. 

Braulio me miró fijo por unos segundos.

—¿Quieres ir a mi departamento? —preguntó, asentí y al lugar mencionado nos dirigimos.

* *

—¿Vives solo? —pregunté revisando con curiosidad cada parte de ese enorme, hermoso, limpio y ordenado departamento.

—No, mi esposa duerme en la recamara —respondió Braulio jugando conmigo.

—Entonces mejor dormiré en la banqueta —dije por primera vez relajada esa la noche y, pisando sigilosamente solo en mis puntillas, fingí irme.

Braulio me atrapó por la cintura y me llevó hasta su cuerpo, dejando mi rostro lo suficientemente cerca de su cara como para que nuestros alientos se mezclaran en el pequeño espacio que nos separaba.

» Bésame —pedí en un murmullo al sentir sus expectantes labios tan cerca de los míos, recibiendo eso a lo que tantas veces me negué.

La ternura que nos envolvió en un principio se convirtió en irrefrenable pasión.

—Te amo, Gina —confesó Braulio mientras devoraba con lujuria mis labios, haciendo que mi corazón se detuviera en seco y lágrimas traviesas escaparan de mis ojos.

—Me quiero enamorar de ti —informé con una amplia sonrisa al que me miraba un poco confundido y que, al asimilar mis palabras, sonrió, permitiéndome volver a recibir sus besos y caricias.

Convencida de que era lo mejor, esa noche llené de él todos mis vacíos. Lo dejé entrar en mi cuerpo, en mi corazón y en mi vida. Esa noche, convencida de que me amaba y lo amaría, olvidé el miedo a perder que habitualmente me mantenía lejos de las personas. Quería su compañía, quería tenerlo, quería amarlo, eso era todo lo que quería.

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