—Quería ir yo mismo, pero mi esposa acaba de entrar al quirófano y no puedo irme ahora —el tono de Stefan sonaba preocupado—. Como tu casa está más cerca de la de Sebastián, pensé que podrías hacerme el favor de ir a revisarlo y llevarle algo de medicina.
—Claro, me levanto ahora mismo y voy para allá —sin pensarlo dos veces, acepté—. Quédate tranquilo y cuida de tu esposa en el hospital.
—¡Muchas gracias! —respondió emocionado Stefan, aliviado.
—No hay problema.
—Ah, y no olvides que el señor Cruz es alérgico a la penicilina —antes de colgar, Stefan me recordó—. Si decides llevarlo al hospital, asegúrate de decirles a los doctores que no pueden administrarle penicilina.
Cuando escuché que Stefan mencionaba la alergia de Sebastián a la penicilina, me quedé un momento en silencio, y sin quererlo, mi mente viajó a un recuerdo de muchos años atrás… a una persona.
Aunque habían pasado más de diez años desde aquel incidente, la imagen de la persona involucrada se había desvanecido casi por