De repente lo entendí, «cuando una persona es empujada al límite, su potencial es ilimitado.»
Aparte de la muerte de mis padres y la pérdida de mi hija, nunca había llorado así.
Hugo se quedó atónito, su mirada aguda escaneando mi rostro, tratando de discernir si mi desesperación era real o fingida.
Frunció el ceño, sus labios apretados, casi listo para hablar.
No le di la oportunidad de actuar, y continué acusándolo con lágrimas y voz.
—Hugo, ¿qué he hecho yo para que me trates así? Dijiste que me valorarías y me amarías toda la vida. Así que resulta que tus promesas y los votos que hiciste frente a mis padres eran solo palabras vacías. ¡Solo ha pasado un año desde que nos casamos, Hugo, y ya me engañaste con otra… qué hice mal para que me trates así!
Dicho esto, saqué el acuerdo de divorcio firmado del cajón de la mesita de noche y se lo lancé.
—¿Me golpeas, me acusas de tener un amante, todo para hacerme pedir el divorcio y así tú poder estar con otra mujer? Bien, te concedo tu dese