La noche se cernía sobre la ciudad como una manta de seda negra, envolviendo todo en un silencio sepulcral. Las luces de los rascacielos brillaban como estrellas en el cielo oscuro, pero no lograban iluminar la oscuridad que se escondía en las sombras. En este mundo de excesos y depravación, la música era el lenguaje de la noche, un ritmo que latía en las venas de los que se atrevían a desafiar la oscuridad.
En un pórtico estrecho y un poco sucio, un grupo de jóvenes músicos se reunían en secreto, sus instrumentos en mano, listos para crear la sinfonía de la noche. Luna, Mateo, Sofía y Max eran sus nombres, y su música era la banda sonora de la ciudad que nunca dormía. Solo unos días antes, habían subido su primer sencillo a las redes sociales, y la respuesta había sido abrumadora. La canción se había vuelto viral en cuestión de horas, y eran el tema de conversación en la ciudad. Pero había algo más en el aire, algo que no podían explicar, una sensación de que estaban siendo observados, de que alguien o algo estaba esperando en las sombras. Y entonces, una figura emergió de la oscuridad, un hombre alto y delgado, con ojos que brillaban como carbones encendidos en la noche. Su sonrisa era una línea fina y cruel, y su presencia parecía llenar el callejón de una energía oscura y malevola. —¿Quién eres—preguntó Luna, su voz temblando ligeramente. El hombre no respondió. En su lugar, sacó un contrato de su bolsillo y lo extendió hacia ellos. —Esto es lo que habéis estado buscando—dijo, su voz baja y seductora —La fama, el éxito, el poder. Todo esto y más os espera si firmáis este contrato— Sus ojos parecían conocerlos, como si hubiera estado siguiendo sus pasos. —Los hemos visto en las redes sociales—dijo el hombre, con una sonrisa que parecía contener un secreto. —Vuestro talento es innegable. Y yo puedo hacer que vuestra música sea escuchada por todo el mundo. Los jóvenes se miraron entre sí, inseguros, pero la promesa de la fama y el éxito era demasiado tentadora. Firmaron el contrato, uno a uno, sin leer las letras pequeñas, sin saber qué estaban firmando. Y en ese momento, su destino quedó sellado. La noche los envolvió, y la música de la ciudad se convirtió en un canto de sirena. Los días siguientes fueron un torbellino de entrevistas y sesiones de grabación. Su música se escuchaba en todas parte, y su fama crecía con cada minuto. Pero había un precio a pagar. La precisión era contante y la sensación de estar siendo observados no desaparecía. El hombre del contrato parecía estar siempre allí, sonriendo en las sombras, recordándoles que su éxito tenía un costo. Una noche después de una sesión de grabación intensa, Luna se despertó en su habitación, sintiendo una presencia en la oscuridad. La figura del hombre estaba allí, de pies en la esquina de la habitación observándola — No puedes escapar de mi — dijo, su voz baja y seductora — Ahora eres mía. En ese momento, Luna supo que había firmado algo más que un contrato. Había firmado su alma. La oscuridad parecía cerrarse sobre ella, mientras sentía mordiscos sobre su cuerpo, sobre su piel aparecieron moretones que indicaban que algo estaba causándole daño, ahora su cuerpo pertenecía alguien más y ella no podía hacer nada.