Esa noche, tal cual ya esperaba, Tarren no volvió para cenar. Y tampoco vino al día siguiente. Al tercer día sola en esa fortaleza vacía, rompí su orden y tras vestirme con discreción, salí de allí y fui al pueblo en busca de Makya. Arawn se había marchado prometiendo ayudarme, pero yo también debía hacer algo.
Sí el Alfa estaba averiguando sobre mi origen y el de mi apellido, yo averiguaría sobre el suyo y sobre su bella dama muerta. Y ya veríamos quien daba el jaque mate.
—Makya —la saludé entrando a su pequeña clínica.
Ella se giró y, como siempre, en cuanto me vio entrecerró los ojos. Se quitó los guantes de látex y la mascarilla.
—¿Qué haces aquí? Todos saben que el Alfa mantiene a su Luna encerrada en su fortaleza por temor a que escape otra vez.
Corrí el seguro de la puerta para que nadie nos interrumpiera, luego le solté todo:
—Sé bien que antes de mi llegada, tú y el Alfa mantenían... encuentros casuales.
Ella abrió ligeramente la mirada, pero no enrojeció. Y pas