Los días transcurrieron en aparente calma al interior de la casa Villalba. La rutina se mantenía inalterable, y aunque el aire parecía tranquilo, Elena sabía muy bien que bajo la superficie se escondía un torbellino de incertidumbre.
Una tarde, mientras Elena y Camila Villalba leían cada una un libro en la sala, después del almuerzo, la puerta principal se abrió de golpe. Rodrigo Villalba irrumpió en la habitación con la presencia imponente que siempre lo caracterizaba. Pareció sorprenderse un poco con la presencia de ambas en la sala. Saludó a su esposa con frialdad, depositando un beso en su frente, pero sin afecto real. Luego, dirigió su mirada a Elena.
—Señorita Elena —pronunció con su voz grave—. ¿Por qué mi esposa no está en su habitación?
—No veo necesario que la señora Camila permanezca todo el día en su habitación. No es una paciente que requiera estar en cama la mayor parte del tiempo.
—Esa había sido la recomendación específica del médico que la está tratando. Permanecer en