XXXIV. El fuego de un amor prohibido

—los vi muy románticos bailando, se veían como encadenados en uno solo. Expresó Maritza. Es muy buen alumno Agustín para el baile a pesar de que es su primera vez. Dijo Mía.

 —La noche es joven, sigan divirtiéndose, pero esta que usted ya conoce, se va. Dijo Maritza. —¿Por qué tan temprano? Pregunta Agustín.

 —Hay que diversificar la noche. Fue la respuesta de Maritza, dejando a la imaginación individual sus palabras. Se despiden, Mía y Agustín siguen un rato más en el lugar, luego deciden marcharse, deja a Mía en la casa de ella, no sin antes darse un beso un poquito más prolongado que el de antes. Esa noche no había podido dormir Agustín, solo por minutos pudo conciliar el sueño, el recuerdo permanente impregnado en su mente no lo dejaba, no era un martirio recordarlo, al contrario, se adentraba más al

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