CAPÍTULO CINCUENTA Y TRES

Ginna Renaux

Desperté asustada. No dire el clásico “perdida o no  reconocí el sitio en que estaba ”, porque estaba más que segura de donde me hallaba. Había llegado a aquella habitación con absoluta convicción de lo que deseaba que pasara en ella. Dormía como reina en  la cama del magnate de la moda  Emiliano Santorini, el dios egipcio más hermoso que ojos humanos  hayan visto. Me habia hecho el amor como un animal pero a la vez con una ternura divina. Extraño el  antagonismo  de ese hecho sublime y feroz, pero así era todo con Emi en la cama, te adoraba como Virgen pero se comportaba como el más candente de los pervertidos.

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