El puñetazo hizo que Crispín perdiera un diente frontal; la sangre mezclada con el diente salió rápidamente disparada de su boca.
Justo cuando Feliciano estaba a punto de lanzar el tercer golpe, Crispín cayó de rodillas al suelo con un ¡puf! y suplicó: —¡No más, me rindo!
En ese instante, el lugar, que antes estaba lleno de ruido y jaleo, quedó en completo silencio.
Todos miraban la escena en el ring con una expresión de asombro.
Flavio, David y los otros dos estaban tan sorprendidos que parecían petrificados.
¿Este era el famoso Crispín? ¿Cómo podía ser tan débil? Parecía un anciano común y corriente.
Feliciano le agarró la muñeca con gran firmeza y le gritó: —¡Tú no sabes nada de artes marciales! Y pensar que antes te tomé en serio...
—Sí, es cierto, no sé nada de artes marciales. Crispín ya no podía fingir más y confesó: —La razón por la que tengo tanta fama es porque antes me las arreglé con el campeón mundial de boxeo para que se dejara vencer por mí, y así es como conseguí mi rep