Caridad, a diferencia de los demás, estaba sentada sola en la cima de una colina, en completo silencio. A su alrededor, el paisaje era bastante desolador, teñido de sangre y marcado por una sensación de tragedia. La escena era tan desgarradora como solitaria.
Juan no pudo evitar mirarla con algo de admiración. Esta mujer, que normalmente se mostraba altiva y despreocupada, resultaba ser alguien que cargaba con una fuerza interior sorprendente. Todo lo que mostraba era solo una fachada cuidadosamente construida para ocultar su verdadero yo, una estrategia para protegerse y mantener su vulnerabilidad fuera del alcance de los demás.
Mientras Juan seguía absorto observando el sueño de Caridad, la pradera verde que rodeaba su visión comenzó a encogerse poco a poco. En cuestión de instantes, todo el verdor desapareció, siendo reemplazado por las paredes del castillo. Estas, a su vez, comenzaron a desvanecerse, al igual que el salón del castillo, hasta que finalmente todo rastro del lugar des