Con el eco de aquella voz inesperada, una mujer vestida con un largo traje blanco apareció caminando con gran elegancia.
Era alta, de una belleza deslumbrante, y desde lejos, parecía una delicada orquídea blanca en un valle solitario, eclipsando por completo a todas las mujeres presentes.
¡Era la señorita de los Díaz!
Todos los presentes abrieron los ojos con gran sorpresa.
Julio la miró con una expresión sombría y dijo: —Marta, sobrina, dime ¿qué significa lo que acabas de decir?
—Marta, hoy es el cumpleaños de Patricia, y tú vienes aquí con hombres y amenazas de romper brazos y piernas. ¿No te parece algo inapropiado? —Marta sonrió dulcemente.
Julio refunfuñó con frialdad y señaló a Juan: —Ese chico destrozó a mi hijo Pedro primero, y yo, como su padre, vine a pedir una explicación.
—Si me entregan a ese chico, me iré inmediatamente y no los molestaré más.
—¿Y si no te lo entregamos? ¿Qué? —Marta preguntó con calma.
Estas palabras dejaron a todos boquiabiertos.
¿Las herederas de dos