Los ojos de Mateo estaban perdidos en los de Aye, se había olvidado de todo a su alrededor, solo existía esa joven de ojos verdes que un día era la niña que él había elegido para toda su vida. Aye, no podía seguir avanzando, de hecho, quería retroceder y salir corriendo del lugar; pero tampoco podía dejar de verlo, quería que se acercara a ella y la envolviera en sus brazos, como hacía cuando tenía miedo o ansiedad; Aye se sentía protegida entre sus brazos y deseaba volver a sentir esa sensación.
Mateo también quería salir corriendo hacía ella y tomarla en sus brazos, sentirla de nuevo contra su cuerpo, la conocía y sabía que esos hermosos ojos verdes estaban a punto de dejar caer las lágrimas, las cuales, él era muy consciente que, eran de dolor y odiaba verla así, odiaba haberla dejado. Se odiaba así mismo. Él tenía que estrecharla a su cuerpo, envolverla con sus brazos y decirle que todo va a estar bien. Necesitaba pedirle perdón y que lo perdonara. Necesitaba decirle muchas cosas.