Horas, ¿contadas?
Adeline sintió escalofríos al escuchar que el duque del Norte ya estaba enterado de la situación y su mente comenzó a imaginar terroríficos escenarios. «¡Mierda! ¿Qué planes tendrá el duque Adolf conmigo? ¿Acaso me usará como cebo para lastimar a Ashal o hacer que él renuncie al trono? ¡No puede permitirlo! ¡Necesito escapar pronto antes de que estos individuos se atrevan a tocarme!», pensó.

En tanto, el tal Max aplaudió satisfecho y preguntó a su compinche.

—¿Qué dijo el duque?

—Que mantengamos a la emperatriz resguardada, que no es necesario usarla por el momento, solo hasta que consigan dominar a la capital —respondió su compañero.

—¿Cómo? ¿Solo eso? ¡Arg! —exclamó Max frustrado.

—Igual estoy sorprendido, parece que la emperatriz no es tan valiosa como pensábamos —añadió su compañero, bastante decepcionado.

El otro sujeto que estaba junto a Max, se acercó y preguntó con un tanto incómodo.

—¿Qué haremos con ella?

Max dirigió una mirada severa hacia Adeline y, tomándola brus
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