306. LA ESTRATEGIA DE FENICIO
El rey miró solo un instante a Sir Alexander y casi…, inclinó su cabeza, para luego darle frente a los traidores, su orden a continuación resonó en el silencio que se había apoderado del salón tras la captura de los rebeldes. Su voz, cargada de autoridad y desdén por la traición, era el símbolo del poder inquebrantable de la corona.
—¡Hagan que se arrodillen todos empezando por el ex ministro de justicia! —ordenó, su mirada fija en el hombre que hasta hace poco había sido un pilar del gobierno.
Los guardias, con movimientos precisos y sin vacilación, empujaron a los prisioneros hacia el suelo frío de mármol. El ex ministro, con la dignidad hecha jirones, todavía sin saber cómo y de dónde habían salido tantos aparatos y hombres extraños rompiendo con todo su elaborado plan. Fue el primero en doblar las rodillas, su caída fue un eco simbólico del fracaso de su conspiración al lado de la aún estremecida por la electricidad Solanine.
El rey, cuya presencia hasta ese momento había s