Y mientras conversaban, se adentraron en la casa hasta llegar al despacho, donde se pusieron a organizar todas las pruebas que habían recopilado contra Lady Sabina por sus crímenes.
—Solo falta que los López acepten ser testigos —comentó Sir Alexander, revisando los documentos meticulosamente.
En el despacho de la mansión de Sir Alexander en Santa Mónica, Lord Henry exhibía una sonrisa de satisfacción. Ante él, se desplegaban las pruebas que César y Bee, con la ayuda de Airis y el Joven Lord, habían meticulosamente buscado y organizado. Todo estaba documentado con esmero; solo faltaba un último detalle por concretar.
—¿Estás convencido de que vendrá? —inquirió Lord Henry, su preocupación evidente—. Me detestan, están convencidos de que yo soy el artífice de las tragedias que han asolado a su familia, tragedias de las cuales yo era completamente ajeno. Sabina me confesó que su padre había adquirido todo aquello tras la ruina provocada por el incendio.
—No dudes de que vendrá —asev