278. EL TABLERO ESTÁ PUESTO
Justo cuando estaba a punto de interrumpirlos, una mano lo detuvo con urgencia. Giró para encontrarse con los ojos llorosos del mayordomo del joven Lord, un hombre que siempre se había mantenido compuesto y reservado. La súplica en su voz era inconfundible y desesperada.
—Por favor, mi Lord, deje que la señora Sofía lo ayude a querer vivir —imploró el mayordomo, la emoción quebrando su voz habitualmente firme—. Por favor, mi lord, el Joven Lord está rindiéndose y anhela que el sufrimiento termine. Él siempre ha admirado a su esposa; quizás ella logre que no se rinda. Por favor, mi Lord.
Las palabras del mayordomo golpearon a César. Se quedó paralizado por un momento, su mente debatiéndose entre el deseo de intervenir y la necesidad de confiar en Sofía. La realidad de la situación se asentó en él; esto iba más allá de los celos o del orgullo personal. Estaba en juego algo mucho más importante: la voluntad de vivir de un joven que estaba perdiendo la batalla contra su propia desespe