Al mismo tiempo, en la residencia de Montenegro, se llevaba a cabo una reunión con sus abogados para tratar de encontrar una solución al problema de su creciente deuda. Sin embargo, las cosas se complicaban cada vez más debido a su insistencia en seguir jugando y acumulando nuevas deudas.
—Montenegro, estamos atados de manos si no dejas de jugar. Incluso has llegado al punto de empeñar la firma de abogados —dijo uno de los abogados, su rostro serio y preocupado. La situación era desesperada y todos en la sala sabían que si no cambiaba su comportamiento, las consecuencias serían catastróficas.
—Ya casi tengo el préstamo que pedí, pagaré todo —aseguró Montenegro, fumando su habitual habano con una confianza que parecía desafiar la gravedad de la situación.
Todos en la sala intercambiaron miradas escépticas, pero nadie se atrevió a contradecirlo directamente. La esperanza era lo único que quedaba en ese momento, y todos se aferraban a ella como a un salvavidas en medio de una torment