148. CONTINUACIÓN
El silencio que envolvió la habitación era tan palpable que casi se podía cortar con un cuchillo. Mía y su madre, Azucena, estaban visiblemente arrepentidas, sus rostros reflejaban una mezcla de culpa y vergüenza. Aunque habían sido obligadas por Delia, no podían negar que habían causado un gran daño a César López.
Mía bajó la mirada, incapaz de sostener la de Fenicio. Las palabras de su madre resonaban en su cabeza:
"Sé que no lo merecemos por lo que le hicimos a César." Y tenía razón, no lo merecían. Habían traicionado su confianza, habían jugado con sus sentimientos y habían contribuido a su sufrimiento bajo el mandato de Delia.
Un nudo se formó en su garganta mientras luchaba por contener las lágrimas. La culpa la consumía por dentro, como un fuego lento y constante. Recordó la mirada de César, llena de confusión y dolor, cuando descubrió a Delia con Carlos en su cama. Aquella imagen la perseguiría por el resto de sus días.
Azucena, por su parte, sentía una profunda vergüen