Estaciona frente a una gran casa de color beige, súper elegante y costosa de paredes altas y divisiones en toda la estructura, de grandes ventanales y un hermoso jardín. Me doy cuenta, porque ese chico se cree la última Coca-Cola del desierto. Es deslumbrante esa mansión, estoy tan distraída que Adirael me palmeó la pierna con su mano grande y áspera, que me hace sentir un corrientazo que viajó hacia la parte interna de mis muslos.
Señor, bendito. Esta tanga no me la pongo más.
—Baja, Sahi — me ordena.
La música se escucha fuerte.
—Humm, no entrarás — le preguntó, después que bajó de su moto y arreglo mi falda—. No soy muy bienvenido que digamos. Ya tengo una persona haciendo mi trabajo allá adentro — me hago la especial, como si no supiera a qué se refiere—. Ya, ok. Gracias, Adirael.
Pilar, llega y estaciona detrás de nosotros, debería haber llegado mucho antes.
—Sahily... — su voz vibrante me hace mirarlo—, no creo que sea buen sitio para ti y menos que te guste lo que verás — bus