316. CONTINUACIÓN
César, luchando contra las carcajadas que amenazaban con escapar, seguía a su mejor amigo de un lado al otro como un fiel soldado siguiendo a su líder, aunque esta vez era más para asegurarse de que no se desmayara que para recibir órdenes.
—Recuerda, Fenicio, tú me enseñaste que en la guerra y en el amor hay que esperar lo inesperado —bromeó César, intentando aligerar la situación.
Fenicio lanzó una mirada que pretendía ser severa, pero que se desvaneció en una expresión de preocupación paternal. La sala de espera se había convertido en su nuevo cuartel general, y su misión era esperar, algo que ningún entrenamiento militar le había enseñado a manejar.
El reloj parecía moverse al ritmo de una marcha lenta, cada tic-tac resonando como un tambor en el corazón de Fenicio. Finalmente, tras lo que parecieron horas eternas, una enfermera se acercó con una sonrisa que iluminó toda la sala.
—Capitán Fenicio —dijo ella—, felicidades. Es usted padre de un hermoso niño. Es muy grande, por