Tres días después, por fin llegó el cumpleaños de Lilia. Desde temprano, estaba muy emocionada, correteando por la casa con guirnaldas de flores silvestres que había recogido en el bosque. Incluso eligió un delicado vestido lavanda especialmente para la ocasión.
—Mamá, ¿crees que papá vendrá?—me preguntó con la mirada brillante, ilusionada—. Me lo prometió hace un año.
Le acaricié la cabeza con ternura, forzando una sonrisa. Sin embargo, no tuve el valor de decirle la verdad. Máximo no había aparecido en días, desde que había proclamado a Olivia como su Luna y había anunciado públicamente su embarazo, había desaparecido por completo de nuestras vidas. No obstante, al ver los ojos llenos de esperanza de Lilia, no pude romperle el corazón.
—Amor, ve a jugar un rato al jardín. Te voy a preparar tu comida favorita.
Apenas salió, tomé la piedra de comunicación y contacté a Máximo.
—¿Evelyn? —contestó sorprendido.
—Máximo, hoy es el cumpleaños de nuestra hija. ¿A qué hora piensas venir? —pregunté, tragándome el nudo que me apretaba la garganta.
Hubo un silencio incómodo, y luego respondió, despacio:
—Evelyn... lo siento. Hoy tengo que prepararme para una ceremonia. Pueden celebrar ustedes. Yo no iré.
Cortó la conexión antes de que pudiera decir algo más.
—Mamá... ¿papá no va a venir?
Giré y vi a Lilia detrás de mí, así que la abracé con fuerza, conteniendo mis propias lágrimas.
—No pasa nada, mi amor. Tenemos a los abuelos y a la manada. Todos van a celebrar contigo, te voy a organizar la mejor fiesta en el bosque.
Ella no respondió, solo asintió en silencio.
Entonces, la piedra de comunicación volvió a iluminarse con un nuevo mensaje de Máximo:
«Evelyn, trae a Lilia a la Casa de la Manada. Esta noche habrá un banquete.»
Me quedé inmóvil. ¿No acababa de decir que estaba ocupado?
Lilia lo leyó también, y, de inmediato, se le iluminó el rostro.
—¡Mamá! Papá está planeando una sorpresa para mí, ¿verdad? ¡Vamos!
—Está bien, te llevaré —asentí, sintiéndome incapaz de decirle que no.
Durante el trayecto, no paró de imaginar todo tipo de escenas: un primer baile con su padre, un regalo especial que él habría elegido solo para ella... Pero a mí ya me rondaba la inquietud.
Al llegar a la Casa de la Manada, lo entendí todo. El gran salón estaba adornado con enredaderas, emblemas plateados de la luna creciente y un enorme escudo con dos lobos entrelazados. El aire olía a incienso y hojas de laurel. Ese lugar... era el escenario de una ceremonia de unión.
Y en el centro, vestidos con trajes ceremoniales negros y dorados, Máximo y Olivia saludaban a sus invitados con sonrisas en el rostro.
¡No!
Mi corazón se hundió.
—¡Mamá, mira! —gritó Lilia, señalando—. ¡Papá y Olivia nos están esperando!
Iba a detenerla, pero, en ese momento, la voz de Máximo resonó en el salón.
—Gracias a todos por asistir a mi ceremonia de unión con Olivia.
«¿Ceremonia de unión?»
Me paralicé. No era una fiesta de cumpleaños, era la ceremonia de unión entre Máximo y Olivia.
—¡Papá! —Lilia corrió hacia él entusiasmada, pero Máximo la apartó sin pensarlo dos veces.
—¿De quién es esta cachorra? No digas tonterías.
Los invitados se giraron, confundidos por la aparición de la niña que interrumpía la ceremonia del Alfa.
—Papá... soy yo, Lilia... tu hija —dijo ella, temblando.
El rostro de Máximo se oscureció.
—Ya te dije que me estás confundiendo con otra persona.
Los murmullos no tardaron en estallar:
—¿El Alfa de la Manada Fantasma tiene una hija?
—¿No ha dicho siempre que Olivia es su única Luna?
Olivia se acercó con una sonrisa burlona en los labios.
—Pero si es Evelyn... ¿todavía con delirios? Traes a esta perrita callejera para arruinar nuestra ceremonia... ¡qué patético! Máximo, hazle entender que eso se acabó.
La rabia me invadió.
—Tú planeaste todo esto, ¿verdad, Olivia? ¿Nos engañaste haciéndonos creer que se celebraría el cumpleaños de Lilia solo para humillarnos?
Ella se inclinó hacia mí.
—¿De verdad creíste que una loba desterrada con una bastarda podría amenazar mi lugar como Luna? ¿Con la sangre de esa niña? No me hagas reír, no es nada comparada con un heredero de verdad.
Las risas se esparcieron entre los presentes, las expresiones variaban entre burla y lástima. Ya no lo aguanté más, saqué mi daga y puse a Lilia detrás de mí.
—¡Basta! Nadie más va a insultar a mi hija. La sangre que corre por sus venas es más noble de lo que ustedes jamás entenderán. Máximo, ¡no mereces llamarte su padre!
Tomé a Lilia de la mano y nos dispusimos a salir. Pero Olivia me abofeteó con fuerza.
—¿Así es como agradeces que tuvieran compasión de ti, forastera?
Caí al suelo, con la mejilla ardiendo.
—¡Mamá! —Lilia corrió a abrazarme con fuerza.
—¿Qué esperan? ¡Sáquenlas de aquí! —ordenó Olivia.
Los guardias nos sujetaron sin miramientos, aunque Lilia forcejeaba como podía.
—¡Suelten a mi mamá!
Cayó de rodillas, con las lágrimas resbalando por su rostro.
—Alfa Máximo, Luna Olivia... por favor... no le hagan daño a mi mamá...
—¡Lilia, no! —logré decir, estirando la mano hacia ella.
Pero mi hija, sin dejarse vencer, se limpió la cara sucia y siguió inclinándose ante ellos.
—Nos equivocamos, no debimos haber venido. Por favor... tengan piedad de nosotras.
Máximo la miró con el ceño fruncido y, turbado, preguntó suavemente:
—¿Cómo me llamaste?
—Alfa Máximo —respondió con firmeza—. Sabemos cuál es nuestro lugar. Por favor, no le hagan más daño a mi mamá.
Acto seguido, me ayudó a ponerme de pie.
—Vámonos, mamá.
Bajo la mirada de toda la sala, Lilia y yo nos alejamos. Sentí como si un puñal me atravesara el pecho. Esa noche... mi hija acababa de dejar de ser una niña.
De vuelta en nuestra cabaña, al borde del bosque, la piedra de comunicación volvió a brillar; era Máximo.
«Evelyn, no malinterpretes las cosas. En una situación así, tenía que proteger la reputación de la manada.»
No respondí.
Lilia tomó mi mano y me dijo:
—Mamá, ¿cuándo nos vamos? Quiero ver a los abuelos. Dijiste que me esperaban con una fiesta de cumpleaños, ¿verdad?
Miré a mi hija repentinamente madura, y asentí con tranquilidad.
—Sí, amor. Te voy a llevar con ellos ahora mismo.
Rápidamente, empaqué nuestras cosas, tomé su mano y juntas subimos al automóvil, rumbo a la manada de mi madre.