Clavé una espina en el corazón de Alejandro cuando, imitando a Carmen, me aferré al brazo de Gabriel. "Que les vaya bien a todos" – dije secamente. Desde mis días de estudiante había amado a Alejandro y, aunque él fuera inconstante y mostrara preferencia por Carmen, nunca pensé en rendirme; mientras no mencionara la ruptura, yo seguía siendo su novia oficial. Ingenuamente creí que la persistencia daría frutos, pero hay límites para soportar las decepciones.
—¡No seas terca! —exclamó, pues hasta ahora cree que solo estoy haciendo un berrinche.
—A los veintitrés años, cuando querías estudiar en el extranjero, solo mencioné que quería establecerme y abandonaste tus planes para casarte conmigo —comenzó a enumerar—. A los veinticuatro, te esforzaste en aprender a cocinar, y aunque tus manos se llenaron de ampollas por las quemaduras, tercamente insistías en prepararme tres comidas al día. A los veinticinco...
Su mirada se suavizó repentinamente, pareciendo sumergirse en cada recuerdo que pr