Mi alma se salió de mi cuerpo por una pena excesiva.
Vi cómo un grupo de personas se reunía a mi alrededor para lidiar el asunto de mi muerte, especialmente mi buena amiga y colega, Carolina Méndez, que lloraba a moco tendido sobre mi cuerpo.
Yo estaba tumbada rígidamente en el suelo.
Suspiré y dije: —Carolina, siento haberte entristecido tanto.
Cuando puse los ojos en mi cara... vi que estaba pálida e hinchada.
Vaya, qué muerte más fea.
¿Cómo reaccionaría Simón si lo viera?
¿Lloraría por mi pena?
No pude evitar especular...
¿O, tomando de la mano de Jazmín, dirá algo como “¡Mira, el karma le dio su merecido!”?
Sonreí amargamente, con un peso gigante en mi interior.
Así que las almas también sentían...
De repente, me vi arrastrada por una fuerza misteriosa.
Cuando mis ojos se abrieron de nuevo, me encontré en un coche.
Inconscientemente me giré y me sorprendió ver a Simón y a Jazmín.
Estaba sentado en la parte trasera del coche con Jazmín en brazos, y era raro verle gritar tan agitado: —¡Diego, no tengas miedo! Hay ocho coches delante, detrás, a la izquierda y a la derecha para abrirte paso. ¡Conduce más rápido! ¡Que Jazmín está sufriendo!
Diego suspiró y aceleró.
Miré varias veces hacia delante y hacia atrás, y efectivamente había ocho limusinas protegiendo bien el coche de Simón.
Tal exageración podría aparecer perfectamente en los titulares.
Me entristecía ver todo eso, pero no podía derramar ni una lágrima.
Cuando llegaron al hospital, Simón, como un loco, llevó a toda prisa a Jazmín hasta la sala VIP.
Simón siempre había tenido un aspecto impecable, pero en ese momento, el sudor caía por su frente, y preguntó con ansiedad: —Doctor, ¡¿cómo está?!
El médico empujó las gafas, sonrió y dijo: —La Srta. Martínez no tiene grave, solo hay que desinfectar su herida en el brazo y ya estaría.
El rostro de Simón se tranquilizó un poco y volvió a preguntar: —¿Y su corazón está bien?
Tal pregunta me dejaba sin palabras, así que me incliné y grité al oído de Simón: —¡Su corazón late mejor que nadie!
Por desgracia, Simón no podía oírme.
El médico se quedó atónito antes de decir: —El corazón de la Srta. Martínez no se vio afectado por la herida.
Simón sonrió ligeramente: —Gracias, doctor.
Cuando terminó, estrechó cortésmente la mano del médico.
Seguí a Simón hasta la sala de paciente.
Era la primera vez que miré tan de cerca a Simón.
Simón era conocido como el “ojo de halcón” del mundo financiero, y sus predicciones sobre la situación financiera eran tan acertadas que tenía muchos seguidores, por lo que destacaba mucho entre la gente.
Incliné la cabeza avergonzada y admití francamente mi superficialidad...
En efecto, me sentí atraída por su aspecto físico.
Cuando recobré el sentido y vi a mi hermana acurrucada en los brazos de Simón, esta tenía un aspecto tan delicado y dulce en ese momento, con sus pestañas moviéndose ligeramente y su carita pálida, que hizo que los ojos de Simón la miraran con lástima.
Fue una escena que me hizo enderezar repentinamente la espalda.
De repente recordé un acontecimiento. Una vez tuve fiebre alta repentina en mitad de la noche y fui sola al hospital, pero no les quedaba camas de pacientes libres.
Le llamé e intenté que me consiguiera una cama, pero me dijo que había muchos pacientes que sufrían en el hospital, y que yo estaba siendo caprichosa al querer conseguir una por una simple fiebre, entonces me rechazó sin más.
En aquel momento, comprendí que era íntegro e insensible y que no quería hacer cosas en contra de la ética.
A mí parecía genial que fuera así.
Ahora, la forma en que pasaba de las normas por Jazmín había destrozado todas mis ilusiones.
Me dio un vuelco el corazón.
De pronto, el celular de Simón sonó bruscamente...
“¡Rosa llamando, Rosa llamando!”.