Debo agradecerles a esas mujeres. Fueron ellas quienes me hicieron darme cuenta una vez más de la verdadera naturaleza de mi matrimonio; eso que poseo y que tantos envidian, en realidad, no lo quiero.
Sin embargo, no importa lo que dijera, ellas no me creían y mantenían siempre cierta distancia.
Al ver sus caras, abandoné la idea de seguir intentando explicarles y les propuse: —¿Quieren que las presente?
Sabía que no rechazarían una oportunidad tan única. Esperaba que pudieran hacerse amigas de Carlos, o mejor aún, que alguna se convirtiera en su nueva pareja.
Cualquiera podía ser la Sra. Díaz.
Las llevé de vuelta junto a Carlos y luego me escabullí discretamente.
Ver los rostros sombríos de Carlos y Sara al mismo tiempo me pareció bastante interesante.
Finalmente, nadie me estaba observando. Regresé al salón principal y continué socializando, entregando casi todas mis tarjetas de presentación. Todos mostraban una sonrisa en el rostro y decían palabras aduladoras.
Por un