Teresa observaba a su esposo, Markus, y a Alexandra Di Angelo. Su corazón latía con rapidez, anticipando el dolor de escuchar lo que ambos tuvieran que confesarle.

—¿Qué es lo que me esconden? —les dijo Teresa. Su voz temblaba, reflejando la angustia que sentía.

Markus inhaló profundamente y llevó su mano derecha hasta su rostro. Sabía que ya no podía seguir guardando el secreto. Alexandra, por su parte, se mantenía en silencio, presa de la culpa y los celos que sentía por Teresa, la luna predestinada del cuerpo que ahora ocupaba Markus.

—Por favor, hablen. No se queden callados —les pidió Teresa, sintiendo que ya no podía más con esa situación—. ¿Ambos son amantes?

Markus sabía que ya no podía callar, no solo porque Teresa merecía la verdad, sino porque la chamana le había advertido que la única posibilidad que tenían de combatir la oscuridad era restablecer el vínculo roto. Aunque su alma anhelaba restablecer ese vínculo, su cuerpo pedía forjar uno nuevo con Teresa.

—Bien. Creo que