Decidí enfrentar a  Waldo en vez de molestarme, cuando él se apareció esa tarde en mi dormitorio,  revisando con curiosidad el cajón donde guardaba mis calzones y pantimedias. Me recosté a la puerta, crucé los brazos y alcé mi naricita. -Si te hubiera visto mi marido te habría dado tal paliza que no te dejaba ningún hueso sano-, le dije muy seria.
   -Yo ya estoy muerto, no hubiera tenido dolor alguno je je je-, sonrió Waldo mientras sacaba una de mis tangas, sujetándolas con cuidado, haciendo pinzas con sus manos. -¿Es para ti o para tu muñeca? Es demasiado pequeña-, continuó con sus risotadas. Fui  furiosa y le arranché mi calzón y cerré indignada el cajón de mi  cómoda donde temía todas mis prendas íntimas.
  -¿Quién demonios eres?-, me molesté.
  -¿No te acuerdas de mí? Tú siempre me amaste, estabas loca por mí, soñabas conmigo, me hacías poemas a cada rato-, me fue diciendo sonriendo, mientras él se paseaba por mi cuarto con absoluto desparpajo, mirando mis peluches, los posters