Waldo empezó a seguirme. Lo vi espiándome cuando iba por la playa con Rudolph, acaramelada, besándolo con insistencia, encantada de estar entre sus brazos. Él estaba allí agazapado y embozado en una polera gris, sonriendo también, haciendo brillar su mirada empalagado al pareo y al sostén que llevaba en ese instante mágico en los brazos de mi marido.   Como sabía que Rudolph estaba celoso con ese difunto, no le dije nada  y por el contrario lo besé aún más apasionada, pensando que, así, el tal Waldo se iría por fin de mi vida.
   Lo peor fue que Sebastián me llamaba a cada instante para vernos.  -Tengo un informe médico que te interesará mucho, es sobre ti-, me dijo, refiriéndose a lo que le había dicho su amigo el psiquiatra que me vio hablando sola en el parque.
   -No quiero ser grosera pero no me importa-, le dije, pero Sebas insistió.  -Tienes doble personalidad, quizás seas bipolar-, subrayó convencido.
   Me puse furiosa. -¡¡¡¿Por qué andas comentando mis cosas con desconocid