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No sé ni por qué lo hice pero me roqué frente al espejo del ascensor. Paré cuando me di cuenta de la tontería que eso era. Llegué a la última planta, el viaje se me hizo demasiado corto y en un abrir y cerrar de ojos estaba delante de la puerta de su despacho. Jeanne (así descubrí que se llamaba su secretaria) me miró sobre sus gafas de pasta y me hizo un gesto con la mano. Yo no quería volver a pillarlo discutiendo con su mujer, mucho menos entonces.

—Adelante, está libre —me repite ella—. ¿Quieres que le avise primero? 

Vi como cogió el teléfono pero negué con la cabeza. Tampoco quería que pareciera que eso me importaba tanto. Golpeé la puerta con los nudillos, lo suficientemente fuerte para advertirle y que le diera tiempo colgar el teléfono si es que estaba hablando. Giré el pomo y empujé la puerta. Estaba sentado detrás de su escritorio y no debí pensar en lo atractivo que se veía haciendo sus cosas de empresario. La tela de la camisa se apretaba contra sus musculosos brazos y tenía el pelo revuelto de tanto pasarse las manos. Me miró y las sombras de su expresión me dieron un escalofrío.

—Necesito que firmes estos papeles. —Se los extendí y me quedé de pie, esperando—. Todos, cada hoja.

—¿Es lo que llevas haciendo toda la tarde? 

—Básicamente. 

Pasó los papeles leyéndolos por encima mientras los firmaba.

—¿Por qué has llegado tarde? —me preguntó.

Tenía como veinte papeles para firmar y se estaba tomando su tiempo. Dante era un hombre con el que congeniaba, era intrigante y maduro, no como esos chicos de la universidad; el viernes anterior comprobé lo fácil que era hablar con él de lo que fuera y eso nunca estaba mal. Si nos olvidábamos de lo que pasó... Pensé que podríamos tener una relación de trabajo y profesional más amistosa. Amistad y ya.

Así que retiré la silla frente a su escritorio y me senté.

—Este curso empiezo con mi tesis y he tenido que pedir horario en los laboratorios del campus. Estaban llenos de gente. Nadie quiere coger los turnos de última hora.

—Puedo ayudarte con los horarios, conozco al rector de la universidad.

Me reí. ¿Por qué haría eso?

—Estoy bien, he conseguido un buen horario. ¿Sueles hacer esto? —pregunté y me miró con una ceja levantada. << Dios, que sexy >>—. Fardar de tus contactos.

Torció los labios en una sutil sonrisa y firmó uno de los últimos papeles.

—No es algo que necesite si quisiera impresionarte.

Me fijé en sus dedos, en todos: sin rastro de un anillo. No me hizo sentir mejor a decir verdad. ¿Se lo contó a su mujer? ¿Le había puesto los cuernos más veces? 

Sujetaba el bolígrafo entre sus dedos y se le marcban las venas de la mano subiéndole por el antebrazo hasta perderse bajo su camisa... << Para ya, Maya —me reproché >> Sí, el sexo fue bueno y Dante era un hombre increible increíble, pero fue solo una vez y fue un error.

—Me estoy divorciando —dijo de repente.

No estaba segura de si quería una explicación, aunque si eso era verdad un montón de cosas me dejarían de carcomer.

—No tienes que darme explicaciones de tu vida privada, Dante.

—Te lo digo para que dejes de darle vueltas. No quiero que vengas y te sientas incómoda.

—No estoy incómoda —aseguré.

Firmó la última hoja y me devolvió los papeles. Se quedó echado contra el respaldo de su silla, mirándome con sus ojos oscuros y antes de quedarme hipnoticada ahí como una tonta, me puse de pie.

—Maya —me llamó antes de que diera un paso lejos—. Cuando entregues esos papeles vuelve aquí. Tengo que hablar contigo.

Me puso el corazón en la boca. ¿Hablar conmigo de qué? Jeanne me sonrió cuando me vio salir y me entró un tic nervioso en el pie mientras esperaba al ascensor. Dejé los papeles en el despacho de la mujer de Recursos Humanos y volví al ascensor, a la última planta. Jeanne me volvió a sonreír y se pasó el pelo blanco y corto por detrás de las orejas. Yo caminé hasata la imponente puerta del despacho de Dante y llamé de nuevo antes de abrir. Se cerró a mis espaldas.

—Siéntate —me ordenó y me senté en la silla acolchada delante de su escritorio—. Te necesito mañana. te pagaré bien.

—Mañana es sábado. 

—Tengo una reunión importante y necesito a alguien que se encargue del papeleo. 

—¿No tienes a Jeanne para eso? —pregunté y me arrepentí. 

—En ese caso ya puedes irte. Jeanne lo hará.

No haría nada más que estar tirada y cotilleando con Cindy, y estaba segura de que Dante me pagaría bien, muy bien. El dinero nunca venía mal.

—No, espera, vale —retifiqué—. ¿A qué hora?

Sonrió y deslizó un papel por la madera.

—A las seis de la tarde aquí. Ahí tienes los papeles que deberías ir preparando.

Se me abrió un poco la boca. Era una lista enorme de cosas. Debería haber preguntado antes de aceptar. 

—Vale... Entonces... Voy a empezar. 

Él asintió y me despidió con un gesto de cabeza. Era una tonta por mirarle con otros ojos, sólo fue un error y aún si era verdad que se estaba divorciando... 

Cuando llegué a la residencia busqué en G****e y Cindy se echó contra mi espalda. Me apoyó la barbilla en el hombro y cotilleó.

—¿Vuelves a espiar a tu jefe? 

—Me ha dicho que se está divorciando.

—Mejor, te lo puedes ligar. Igual podéis tener algo más.

—Ya... No sé si debería creerme que se está divorciando de una modelo después de habernos acostado. Puede que solo sea un infiel más.

En internet no salía nada. Nada de nada. O era mentira o (teniendo en cuenta que de su vida no salía nada en internet), Dante sabía llevar una vida privada en secreto. Intenté no darle vueltas al tema.

—Mañana trabajo, me va a pagar un extra por ayudarle con una reunión.

Me dio un golpe en la cabeza.

—Eres una tonta, tía. Te vas a pillar más por él.

—Fue un error que no volverá a pasar. Tengo más que claro que no puede llegar a más.

Cerré mi ordenador y dejé de darles vueltas al tema. Me pasé el resto de la noche viendo películas con Cindy y por la mañana me ayudó a escoger ropa ligeramente formal.

Me puse unos pantalones grises de tela y una camisa blanca aunque me tuve que poner un abrigo para el camino porque tenía una caminata de quince minutos hasta la parada del autobús. La empresa estaba abierta, había menos gente que entre semana pero seguía habiéndo trabajadores. Llegué a las seis menos cinco y en el ascensor me hice una coleta.

Dante ya estaba allí cuando subí a su despacho y Jeanne no estaba. Sólo estaba él revisando papeles y más papeles de los que preparé yo el día anterior. Nunca lo había visto tan centrado en el trabajo.

—Hola —le saludé.

Levantó la cabeza como si no se hubiera dado cuenta de mi presencia. Me repasó con sus ojos negros.

—Hola. —Tenía la voz más grave que de costumbre y descubrí que tenía un tic con las mangas de su camisa—. Necesito que lleves estos papeles a la sala de reuniones. Y súbeme un café.

Suponía que siempre sería la chica de los cafés. La sala de reuniones era enorme: una mesa ovalada ya estaba preparada con vasos de agua, papeles, carteles con nombre y un proyector encendido. Me topé con Jerry en la cafetería; no era un hombre mayor, tendría treinta y muchos pero era demasiado serio siempre. Me miró cuando pedí un café y estuve a punto de tirármelo por encima en un descuido pero llegué a su despacho impoluta. Esa vez parecía pelearse con una corbata y me hizo algo de gracia. Nunca le había visto con todo el traje puesto, casi nunca llevaba la americana encima y una corbata mucho menos.

No sé por qué lo hice, no lo pensé. Dejé el vaso por su escritorio y me acerqué a él; enseguida quitó las manos del nudo que se estaba armando y me las apoyó en las caderas. Pensar en hacer un nudo de corbata cuando sus manos me estaban tocando se me complicó más de lo que creía, pero empecé.

—Deberías verte un tutorial, te has montado un desastre.

Me apretó más fuerte las caderas.

—No se me dan bien. —Enseguida pensé que antes solía hacer esto su mujer, esa modelo...—. Gracias.

—Tampoco soy una experta pero servirá. Ya miraremos como se hacen mejor otro día. 

Quedó decente, bien, normal. Sentía sus ojos puestos en mi, en mi cara, pesaba tanto su mirada que no me atreví a levantar la cabeza hasta que terminé y debíamos alejarnos. Debíamos alejarnos, lo tenía claro pero parecía que él no y en el fondo yo tampoco. 

Olía de maravilla, a una colonia seguramente más cara que todo lo que yo llevaba puesto y debajo de toda esa ropa tenía la piel de gallina. Nunca nadie me había mirado tan directamente a los ojos y tan de cerca. Era súper guapo. 

Sus manos me acariciaron las caderas y yo me sujeté de su pecho. Nos acercamos, vi a cámara lenta como se inclinaba hacia mí y yo me puse de puntillas... Y de repente llamaron a la puerta. Jerry se asomó.

—Están abajo. Te espero en la sala de reuniones —dijo.

Quise matarlo. ¿Nos interrumpió para decir eso? De todas formas era mejor, tenía todavía papeles de los que Dante quería y debía prepararlos a toda prisa. 

—Yo... Voy a por los últimos papeles que hacen falta.

Lo vi asentir y se alejó del escritorio para coger la americana del respaldo de su silla.

—Llévamelos cuando los tengas. No tengo prisa para esos. Si te necesito, te llamaré.

Me quedé rondando por ahí, Dante me pidió un par de papeles de más y tuve que correr de un lado a otro para agilizar unos trámites de último momento que no estaban listos. Terminé algo estresada y eso que pensé que sería más fácil de lo usual. Prefería ser la chica de los cafés. La reunión se extendió tanto que dieron las nueve y media y yo seguía allí, sola y dándo vueltas por los pasillos que se habían quedado desolados. Estaba mirando por el ventanal de la planta cuando la puerta de la sala de reuniones se abrió y empezaron a salir un montonazo de hombres trajeados. Me puse recta pero nadie me notó allí, ni siquiera Jerry. ¿Y Dante? Él seguía en la sala de reuiniones. La mesa estaba atiborrada a papeles y era un completo caos.

—¿Ha ido bien? —curioseé.

Dante levantó la cabeza y asintió.

—Eso creo. ¿Te he vuelto loca pidiendo cosas? 

Me encogí de hombros pero sonreí. Mi otro mejor plan sería estar de compras con Cindy y un par de chicas de la residencia.

Empecé a recoger el desorden junto a Dante.

—La verdad es que si —admití—. Pero no pasa nada, he estado entretenida. 

—¿No tenías mejores planes para un sábado?

—Ir de compras con unas amigas, pero no tengo más espacio en el armario de la residencia. ¿Tú no haces nada si no es trabajar?

Levantamos la mirada a la vez y nos encontramos desde los extremos de la mesa.

—No —respondió.

—¿No? —me sorpendí—. ¿Es que no viajas o haces cosa así?

Empezamos a acercarnos alrededor de la mesa. Me encantaba hablar con Dante, parecía que aunque los temas fueran superficiales nunca se terminarían.

—He viajado demasiado.

—Qué arrogante —bromeé y conseguí verlo sonreir—. Pues que sepas que yo también he viajado demasiado.

Sacudió la cabeza y soltó una risa ronca.

—¿Intentas impresionarme? —soltó y me hizo reír a mi.

No creía que mis viajes en coche impresionaran a alguien que, como él, viajaría en aviones privados. No creía tener nada que impresionara a un hombre como él.

—¿Con mis súper viajes en coche? No creo que lo consiga. 

—Puedes contarme de esos súper viajes cenando.

Estábamos tan cerca que cuando giré la cabeza se me fue el aire. ¿Qué? 

—¿Me estás invitando a cenar? 

No pude quitar mis ojos de los suyos. Estaba serio, seguro de lo que quería.

—Sí.

¡Me estaba invitando a cenar! Poniendo las cosas claras... Se estaba divorciando (o eso decía) y a mi Dante me gustaba. Era un hombre atractivo, involucrado con su trabajo y agradable. Parecía el hombre perfecto y eso por no hablar de lo bueno que fue en el sexo.

—Vale —accedí—. ¿Qué sitio tienes en mente?

Cualquier restaurante que Dante elegiera jamás estaría a mi nivel. Tenía pinta de ir a esos sitios lujosos que costaban cientos de dólares.

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