La emoción en los ojos de Adrián era evidente cuando, al salir de la empresa, sujetó la mano de Ava con fuerza y le anunció con orgullo su plan para el resto de la tarde.
—Hoy vamos a ver películas y comer palomitas, ¿verdad, papá?
Ethan, que caminaba a su lado con las manos en los bolsillos, simplemente arqueó una ceja sin responder de inmediato.
—Tú lo decidiste, supongo —dijo con indiferencia.
—¡Sí! Y Ava tiene que ponerse pijama, porque es una pijamada —decretó Adrián con la seguridad de un emperador.
Ava se rió ante la ocurrencia y revolvió el cabello de Adrián con cariño.
—No tengo pijamas en tu casa, chiquillo —respondió, sin darle demasiada importancia.
Pero el pequeño no iba a rendirse tan fácil. Se detuvo en seco, cruzó los brazos y la miró con dramatismo.
—Eso es porque no aceptas trabajar con nosotros todo el día. ¿Acaso no me quieres?
Ava parpadeó sorprendida. Ethan también se detuvo y la observó con atención.
—Claro que te quiero, Adrián —respondió ella con dulzura.
—Ent