Ethan soltó una risa suave cuando Ava, entre lágrimas y carcajadas, le dijo que eran las hormonas. Con delicadeza le pasó el pulgar por la mejilla y besó su frente con ternura.
—Entonces vamos a casa, ¿sí? —murmuró él, aún abrazándola con fuerza.
Ava asintió despacio, y él la guió hacia el coche, tomando también la mano de Dunkan, quien se acomodó felizmente entre ambos. El trayecto fue en silencio, pero no de esos silencios incómodos, sino de esos llenos de pensamientos, de emociones que no necesitan palabras para ser comprendidas.
Cuando llegaron, Ava bajó lentamente y miró alrededor. El aire de ese lugar le resultaba familiar, cálido, casi como si el tiempo no hubiera pasado. Al entrar, su corazón dio un vuelco. La casa estaba casi igual a como la recordaba. La cocina con sus azulejos azules, los dibujos que una vez pegaron en la nevera, la alfombra en la sala donde solían jugar con los niños. Sonrió, pero esa sonrisa estaba cargada de nostalgia. Había tanto amor ahí, y al mismo ti