La lluvia golpea suave el parabrisas, formando pequeñas constelaciones líquidas que distorsionan las luces del hospital. En el interior de un auto oscuro, estacionado estratégicamente frente a la entrada de urgencias, una mujer permanece inmóvil, con las manos enguantadas aferradas al volante.

Lleva gafas de sol, pese a la hora. El rostro cubierto por una bufanda gris. Es casi una sombra más entre los reflejos de la ciudad.

Observa.

Lo ha hecho durante días. Estudia los horarios de las enfermeras, los relevos del personal, los movimientos de los médicos. Pero sobre todo, sigue cada paso de Ethan y de la niña.

Ava. Esa pequeña criatura de ojos grandes y energía inagotable.

La ve corretear por el pasillo, trepar a las sillas de la sala de espera, dormirse en el regazo de su padre. Los ve reír. Compartir galletas. Abrazarse.

Y cada gesto le arranca una punzada de rabia.

Porque ellos están ganando.

Y Clara... Clara siempre encuentra la forma de renacer entre las cenizas, de atraer comp